Artesanía y cotidianidad en el Pacífico
Por Programa de Atención a Población Víctima y Vulnerable, Programa APV.
En el Pacífico Colombiano las comunidades ancestrales, afrodescendientes e indígenas, perpetúan sus actividades cotidianas de la mano de manifestaciones culturales que siguen acompañando y reforzando la tradición en su territorio. Las artesanías hacen parte de la cotidianidad de las comunidades y se viven con naturalidad en una de las zonas más importantes del Pacífico.
Ese es el contexto en el que Teodula Mancilla, integrante del grupo artesanal Coopmujeres, o “Teo”, como la llaman sus conocidos y compañeras, nació y creció. La vereda San Vicente, testigo de sus primeras puntadas, se sitúa muy cerca del origen del río Guapi, en el departamento de Cauca. Desde muy pequeña, a los siete años, aprendió de su mamá y junto a sus hermanas, todo lo relacionado con la extracción, procesamiento y elaboración del oficio de la cestería con fibras vegetales.
Sobre una chalupa y atravesando caños y quebradas, madre e hijas iban hasta esa parte del monte en donde se encuentran y se seleccionan las varitas de tetera. Allí mismo, cortaban aquellas que tuvieran entre tres y cuatro hojas y, luego, regresaban a casa; donde después raspaban el material y lo ponían al sol; cuando estaba listo para sobar, cogían una tabla, una cauinga o una piedra, y friccionaban la varita ya seca.
Una vez plana, abrían la tira con la uña y luego le sacaban la primera tripa, la ponían en agua y al cabo de dos días de estar sumergida, le sacaban la última parte con el cuchillo, la sobaban de nuevo y la enrollaban para ponerla una última vez a secar.
Por siglos, las mujeres del sur del Pacífico colombiano han llevado a cabo múltiples actividades en su día a día. Aparte del cuidado de los hijos y los oficios de la casa, batean en la mina para sacar oro, cosechan maíz o siembran y recogen alimentos del bosque y de los campos cultivados.
Para contrarrestar las dificultades, de la mano de esas tareas y muchas otras, las poblaciones de la región han aprovechado las fibras de este rico contexto natural, para elaborar objetos que faciliten las arduas labores.
En la cuenca del río Guapi y las cuencas aledañas de Iscuandé, Tapaje y Chachajo, ha sido siempre una constante, entre las comunidades indígenas y afrodescendientes, la obtención de partes de arbustos y mangles como el amargo, el yaré, la matamba, el chocolatillo y la paja tetera, para la elaboración de canastos de todos los tamaños y sombreros para todas las ocasiones.
La cestería es tan variada como los nombres que reciben sus productos: canasto de ojo o de camino, canasto childé, canasto dariel... ¡Y así mismo pasa con la sombrerería!
El sombrero es importante porque protege la cabeza de las inclemencias del clima: las quemaduras, el dolor, o incluso la lluvia. Pero también, porque resguarda el conocimiento: los mayores decían que el sombrero protegía también el discernimiento; la cabeza es sagrada y por eso nadie puede tocarla; el sombrero es personal e intransferible, nadie debe usarlo o pasar por encima de él; porque al resguardar algo sacro, éste también adquiere esa misma propiedad.
Teo se cierne a esas normas culturales: “yo solo dejo que me cojan la cabeza para peinarme: siempre le digo a la muchacha que me ayude porque yo tengo una afección en el brazo y no puedo peinarme, pero eso es para lo único que me cogen de la cabeza… para el trenzado, pero de resto no me gusta que me estén manoseando porque mi cabeza es sagrada, ahí está el bautismo, uno fue bautizado allí”.
En el pasado, todos usaban sombrero. Con el tiempo este objeto se diversificó para ser usado en todo momento, en todas las ocasiones. Y a pesar de que hoy esta tradición se ha perdido entre las nuevas generaciones, Teo y sus compañeras del grupo artesanal de Coopmujeres confían en la importancia de perpetuarlo, así como otros elementos de su cultura material.
Por eso, en su almacén justo al frente del hotel Río Guapi, y al lado de variedades de cestos, objetos pequeños de madera para la casa e instrumentos musicales, entre otros; este grupo de 11 artesanas reproducen su tradición, para mostrarla a sus coterráneos y a quienes visiten este pueblo lleno de historia.
Coopmujeres tiene en su sede, una amplia variedad de sombreros: los pequeños en paja tetera, para la siembra; los gigantes, de hasta 80 cm de ala, hechos con trenza dura y ancha, usados como paraguas en caída, para actividades de cosecha del arroz, y que protegen el cuerpo del sol, del agua o de las serpientes que caen de los árboles; los sombreros de gogó, a la moda de los 70, con un montículo pequeño por encima y con un orillo particular.
Este grupo artesanal también vende cestos en materiales variados como el chocolatillo y la paja tetera, de la tradición del pueblo indígena Eperara Siapidaara; los instrumentos musicales, de los cuales el más representativo es la marimba de chonta, también conocida como el piano de la selva; y bateas y utensilios en madera, piezas que se mantienen aún en la cotidianidad guapireña.
Así, Coopmujeres, grupo artesanal atendido por el Programa de Atención a Población Víctima y Vulnerable, Programa APV; se erige como una de las instituciones más representativas de la región.
Por medio de su labor, no solo se dinamiza la economía de un municipio tradicionalmente artesanal. También se perpetúan varios saberes ancestrales de un Pacífico lleno de vivencias y tradiciones afrodescendientes e indígenas, que llevan impregnada su geografía maravillosa y culturalmente diversa; un mensaje que este grupo pretende seguir transmitiendo tanto para sus coterráneos como para el resto del mundo, para la supervivencia de la herencia del Pacífico colombiano.