Filigrana con calma y alegría

Por Artesanías de Colombia

Artesano Abraham Reyes Marín
Artesano Abraham Reyes Marín - Imagen: Artesanías de Colombia

Cuando llegó a su puesto en Expoartesanías, tuvieron que preguntarle dos veces si era Abraham Reyes. No daban crédito a que fuera un hombre tan joven. Apenas terminando sus veintes empezó a moverse en ferias. Pero, justo por ello, estaba lleno de un miedo que se le ha ido quitando poco a poco. No solo porque tiene esa experiencia que le permite sortear la timidez, sino también porque tiene una tremenda compañera de ruta, su esposa Carmen Vargas, la "C" de su marca y a la que le salen las palabras que a Abraham no.

Él sonríe y va contando lo suyo con calma y alegría, una que heredó el saber de sus padres Jairo y Rocío Marina, ambos joyeros, a quienes se podía quedar horas mirando tirar esos hilos tan finos que terminaban como preciosas piezas de filigrana que soñaba con algún día poder hacer. 

Confiesa que empezó chiquito, como de 12, pero que jugar le gustaba más que la disciplina, y que por eso se tardó cuatro años en aprender este arte en detalle. Eso sí, cuando se enganchó con el oficio, lo hizo con toda la dedicación y ya cuenta veinte años metido de lleno en la joyería.

Supo qué sería su vida al haber sido capaz de pasar la prueba de la “cuajada del agua”. Esto es quedarse bajo el inclemente sol momposino de 38 grados, batiendo por horas un cuenco de agua con una pizca de sal para ver cuándo es que cuaja. Cosa que nunca pasará… Es el examen de paciencia que todo orfebre de verdad, debe pasar para saber si tendrá la infinita paciencia que requiere la filigrana. 

Hoy habla como si lo hiciera el sabio de la tribu: “La orfebrería es de mucho cuidado, de no coger rabia, porque si no uno queda totalmente bloqueado, con la mente bloqueada, y aquí todo es mental, en el arte de la joyería uno trabaja con los ojos y su mente; uno tiene que primero pensar e imaginar, para después hacer”.

Así se explica esa “frescura” que podemos verle a los joyeros, ese cafecito o refresco buscados para estar relajados y así poder crear con mente abierta y creativa. Con ese método de la calma, logró dominar el engaste de piedras preciosas en la filigrana, un proceso que le tomó tiempo, pero que ya celebra como un paso más en su carrera. Abraham entrega manos y ojos para deleitarnos con sus flores y ramas, así como con búhos, colibríes, mariposas y pavos reales.

También se sale del repertorio momposino y se inventa colecciones de alces y elefantes. Ha ampliado la mirada y el gusto porque tiene clientes de tres latitudes distintas que piden diseños de filigrana muy disímiles, Estados Unidos, Francia y Australia. Eso lo ha vuelto versátil, aunque conservando siempre la finura en sus acabados, quizá el sello que lo caracteriza.

ACL Taller y Joyería, Abraham Carmen y Leonardo, su hijo, es la marca y la apuesta de vida que decidieron hacer ya como familia y como taller independiente.

Qué significa ser padre artesano

«Para mi, ser un papá artesano es un orgullo. ¿Ya? Porque con la joyería, puedo enseñar muchas cosas de la vida, no sólo una actividad productiva. Tengo un hijo, Leonardo José, tiene 11 años y anhelo que él aprenda el arte para que el arte siga.

Si uno no enseña este arte, el arte se va con uno. Ser papá artesano es heredarle el oficio y la sabiduría a Leo, pero también a otros niños» Abraham Reyes.

Apoyemos lo nuestro

Si tiene interés en comprar las artesanías elaboradas por estas manos artesanas, le invitamos a conocer ACL Taller y Joyería y además, a encontrar su historia en nuestra plataforma web: Colombia Artesanal. 

Cuando llegó a su puesto en Expoartesanías tuvieron que preguntarle dos veces si era Abraham Reyes. No daban crédito a que fuera un hombre tan joven. Apenas terminando sus veintes empezó a moverse en ferias. Pero, justo por ello, estaba lleno de un miedo que se le ha ido quitando poco a poco. No solo porque tiene esa experiencia que le permite sortear la timidez, sino también porque tiene una tremenda compañera de ruta, su esposa Carmen Vargas, la C de su marca y a la que le salen las palabras que a Abraham no.
Él sonríe y va contando lo suyo con calma y alegría, una que heredó el saber de sus padres Jairo y Rocío Marina, ambos joyeros, a quienes se podía quedar horas mirando tirar esos hilos tan finos que terminaban como preciosas piezas de filigrana que soñaba con algún día poder hacer. 
Confiesa que empezó chiquito, como de 12, pero que jugar le gustaba más que la disciplina, y que por eso se tardó cuatro años en aprender este arte en detalle. Eso sí, cuando se enganchó con el oficio, lo hizo con toda la dedicación y ya cuenta veinte años metido de lleno en la joyería.
Supo qué sería su vida al haber sido capaz de pasar la prueba de la “cuajada del agua”. Esto es quedarse bajo el inclemente sol momposino de 38 grados, batiendo por horas un cuenco de agua con una pizca de sal para ver cuándo es que cuaja. Cosa que nunca pasará… Es el examen de paciencia que todo orfebre de verdad, debe pasar para saber si tendrá la infinita paciencia que requiere la filigrana. 
Hoy habla como si lo hiciera el sabio de la tribu: “La orfebrería es de mucho cuidado, de no coger rabia, porque si no uno queda totalmente bloqueado, con la mente bloqueada, y aquí todo es mental, en el arte de la joyería uno trabaja con los ojos y su mente; uno tiene que primero pensar e imaginar, para después hacer”.
Así se explica esa “frescura” que podemos verle a los joyeros, ese cafecito o refresco buscados para estar relajados y así poder crear con mente abierta y creativa. Con ese método de la calma, logró dominar el engaste de piedras preciosas en la filigrana, un proceso que le tomó tiempo, pero que ya celebra como un paso más en su carrera. Abraham entrega manos y ojos para deleitarnos con sus flores y ramas, así como con búhos, colibríes, mariposas y pavos reales.
También se sale del repertorio momposino y se inventa colecciones de alces y elefantes. Ha ampliado la mirada y el gusto porque tiene clientes de tres latitudes distintas que piden diseños de filigrana muy disímiles, Estados Unidos, Francia y Australia. Eso lo ha vuelto versátil, aunque conservando siempre la finura en sus acabados, quizá el sello que lo caracteriza.
“ACL”, Abraham Carmen y Leonardo, su hijo, es la marca y la apuesta de vida que decidieron hacer ya como familia y como taller independiente.
Qué significa ser padre artesano
«Para mi, ser un papá artesano es un orgullo. ¿Ya? porque con la joyería puedo enseñar muchas cosas de la vida, no sólo es una actividad productiva. Tengo un hijo, Leonardo José, tiene 11 años y anhelo que él aprenda el arte para que el arte siga.
Si uno no enseña este arte, el arte se va con uno. Ser papá artesano es heredarle el oficio y la sabiduría a Leo, pero también a otros niños». 
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Si tiene interés en comprar las artesanías elaboradas por estas manos artesanas, le invitamos a conocer ACL Taller y Joyería y además, a encontrar su historia en nuestra plataforma web: Colombia Artesanal.

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