Cecilia Acosta, el pueblo Wayúu en el compás de su tejido

Por Beatriz Mesa Mejía

Artesana Cecilia Acosta
Artesana Cecilia Acosta - Imagen: Artesanías de Colombia

Expoartesano La Memoria 2020, es el escenario en el que confluyen gran parte de las historias de los artesanos de nuestro país. Por eso, hoy compartimos la de Cecilia Acosta, artesana y autoridad tradicional del territorio ancestral El Paraíso en La Guajira, quien a través de su oficio, ha logrado reflejar la esencia de su pueblo en cada producto que elabora y ha transmitido con amor los saberes heredados de su madre, a las mujeres de su etnia Wayúu:

Expoartesano La Memoria 2020, es el escenario en el que confluyen gran parte de las historias de los artesanos de nuestro país. Por eso, hoy compartimos la de Cecilia Acosta, artesana y autoridad tradicional del territorio ancestral El Paraíso en La Guajira, quien a través de su oficio, ha logrado reflejar la esencia de su pueblo en cada producto que elabora y ha transmitido con amor los saberes heredados de su madre, a las mujeres de su etnia Wayúu:
Su liderazgo lo lleva en la sangre. Cuando uno conversa con Cecilia Acosta encuentra que, más allá de la maestra tejedora que es, hay en su ser el ansia de servir, de convocar.
Esta indígena Wayúu de 53 años, vive en la comunidad de Iwouyaa, ubicada en el territorio ancestral El Paraíso, en zona rural a 17 kilómetros del municipio de Riohacha, capital de La Guajira. Allí habitan 17 familias que viven de la agricultura, el pastoreo y la tejeduría. En esas tierras secas, abrazadas por el sol y las noches de estrellas, se habla la lengua original Wayuunaiki, que han tratado de preservar, sintiendo un respeto profundo por una memoria muy viva. Incluso, en la lista de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la Unesco, está el Sistema Normativo Wayúu, aplicado a la figura del palabrero.
Cecilia, como la autoridad tradicional de El Paraíso, lleva un gran peso en sus hombros, aun así, le queda tiempo para tejer y atender a su pueblo en sus grandes y pequeñas necesidades. “Hemos venido haciendo un trabajo con las familias de diferentes comunidades buscando una mejor condición de vida desde el tejido”, dice.
Por tradición, explica, las mujeres Wayúu son tejedoras: “desde muy pequeñas aprendemos el tejido y mantenemos esa cultura mientras no se tenga dificultad con la visión ni con las manos, porque muchas terminan con artrosis. Tejemos sueños, mostramos lo que vivimos. Para crear esa belleza lo hacemos con sentimiento”. Y por eso, dice, cuando alguien adquiere uno de esos tejidos, se lleva “una partecita de uno, porque ahí va el pensamiento, el sentir”.
Su madre le enseñó a tejer. Ella era maestra de maestras y líder. “Era una tejedora muy fuerte, conocía todas las técnicas del tejido Wayúu. Siempre estuvo dedicada a la tejeduría. Como ella, yo aprendí desde pequeña y no solamente con mi madre, también tuve la oportunidad de pasar por un internado indígena, donde nos enseñaban ese arte para hoy en día transmitir esos conocimientos a las nuevas generaciones”.
Relata Cecilia que cuando las niñas tienen su primer período, las encierran en un rancho totalmente cubierto al que solo entra su maestra, que puede ser la madre o la abuela. “Al inicio, esa niña recibe una purificación (…). A partir de tres días, empieza el proceso de aprendizaje. Lo primero que nosotros hacemos es colocar una cantidad de algodón para que ella pueda aprender a hilar (…).  Se empieza por una mochila, por los cordones, por el paleteado; siguen los chinchorros, en las diferentes técnicas, y todo eso lo hace dentro del encierro”. Sus maestras no solo le enseñan a tejer, también le indican lo que significa ser una mujer Wayúu. El aprendizaje puede durar meses o años. Hay un caso especial y es el de su madre, Ángela Pimienta, quien duró siete años encerrada. Tanto es que al inicio de cada año le cortaban el cabello y con él fue haciendo un cordón grueso que alcanzó a medir nueve metros y medio. “Ella empezó a cultivarse más y más y se le fue el tiempo. No quería salir, cuando la querían sacar, ella se quedaba. Cuando empezó a hacer las mantas fúnebres, se las cambiaban a mi abuela por reses, porque en ese tiempo no se manejaba el dinero. Ella era la única persona que lo hacía en esa zona. Hoy en día nadie lo hace”.
Y esta madre, quien también fue autoridad tradicional de la comunidad, dejó su conocimiento no solamente en su familia, sino en todas aquellas personas que quisieron aprender con ella. Nada egoísta, fue abierta en la transmisión de ese saber.
Cecilia siente que, a pesar de los cambios en los nuevos tiempos, hay mucha apropiación entre la juventud, precisamente, porque las mujeres mayores han logrado compartir esos saberes, enfatizando en la necesidad de conservar las tradiciones y la identidad.
Hoy, la economía Wayúu está representada en su tejeduría. Incluso, los hombres han comenzado a tejer, lo que ha implicado un cambio en las costumbres, porque antes era un asunto exclusivamente femenino. “Y ellos lo están haciendo muy bien”, afirma Cecilia, maestra de maestras que ha sido reconocida en numerosas ocasiones por su trabajo.
Kanasü, en su lengua, significa diseño. Cada una de esas geometrías que aparecen en mochilas, mantas, chinchorros, tienen un sentido estético y simbólico. Hay un kanasü que lleva el nombre de la comunidad, Iwouyaa, que significa “la estrella que anuncia la llegada de las lluvias”. Este es un conocimiento colectivo del pueblo Wayúu. Son diseños propios y los mismos nombres recorren la alta y media Guajira. Grafías que vienen desde la araña tejedora Wale’ Kerü, la primera, la que inició los caminos del tejido.
Cecilia estudió operación de programas turísticos en el Sena y fue pionera cuando abrió las puertas de su comunidad para mostrar la auténtica expresión cultural y étnica a través de un programa de Etnoturismo. Inicialmente, les dio susto, era arriesgado. Incluso, su madre se opuso por el impacto negativo que podía tener la presencia de extraños en la ranchería. “La verdad, el impacto ha sido positivo, los jóvenes se sienten orgullosos de mostrar lo que somos y han tomado conciencia sobre el valor de preservar las tradiciones”. Incluso, fundó una institución etnoeducativa con énfasis en el etnoturismo para jóvenes universitarios. Tiene once sedes y en ella trabajan tres de sus seis hijos. “Queremos que esto ayude a generar ingresos a través de un turismo responsable”.
Como autoridad tradicional del territorio ancestral El Paraíso, cargo que heredó hace seis años, cuando su madre murió, Cecilia ha liderado numerosas acciones para el reconocimiento y respeto de las tierras, pero por alzar la voz en defensa del pueblo Wayúu, ha recibido amenazas y ha necesitado protección. Ella es clara cuando afirma que las nuevas generaciones deben estudiar, es importante que tengan educación para que se proyecten y tengan argumentos en momentos de posibles conflictos. “Queremos generar paz y que los jóvenes lo hagan de una manera profesional defendiendo los derechos que nos corresponden como pueblos indígenas”.
Además, pertenece a la Federación Nacional de Artesanas Wayúu, integrada por diez organizaciones. Desde ahí, se realizan proyectos de largo aliento, no solo en el cumplimiento de pedidos especiales relacionados con la tejeduría, como la cocreación que realizaron con la empresa Toto, sino que se lucha para que se les reconozca el derecho de autor de sus trabajos, pues ha habido plagios, por eso ha insistido en la Denominación de Origen, que están trabajando con la Superintendencia de Industria y Comercio. Y han tenido la compañía de Artesanías de Colombia que ha ayudado a fortalecer su presencia en las ferias y ha apoyado la capacitación.
Con todas sus responsabilidades, Cecilia Acosta sigue tejiendo. Sus obras se reconocen por la textura, por la finura de su tejido. Ya han dejado de trabajar con el algodón natural, ahora sus hilos son acrílicos, sin embargo, han conseguido excelentes proveedores, explica Cecilia, quien señala que, si bien la mayor parte del trabajo es manual, con aguja de croché, para tejidos grandes como los chinchorros y las mantas, usan el telar vertical. Además, en tejido peyón realizan tapices y cojines, entre otros, una técnica totalmente distinta y con una aguja especial que fabrican en la ranchería.
“La fuerza está en nosotros”, concluye esta tejedora, quien sabe que desde lo local cada vez se hacen más universales. No en vano, constantemente les hacen pedidos o participan en cocreaciones con diseñadores de otras ciudades del país.
“Ser Wayúu es saber el origen, es saber de dónde vengo y hacia dónde voy. Ser Wayúu para mí es ser una mujer con un enfoque diferencial”, dice Cecilia Acosta, orgullosa de sus ancestros y de ese habitar tierras infinitas, un territorio sagrado que respeta en su inmensidad. Ama tejer, ama su trabajo social. Ama ser heredera de Wale’ Kerü, esa primera tejedora que les dio el influjo de su ser interior. “Cuando tejo, mis pensamientos se unen a mis manos para expresar lo que siento. La mochila crece con mis sueños”. Y tal vez por eso, el diseño que más le gusta es el Iwouyaa, que anuncia la llegada de las lluvias, “cuando llueve se fecunda la tierra y eso es lo que nos da vida, es una bendición para nosotros”.
* Texto escrito con ocasión de la décimoprimera edición de Expoartesano La Memoria, feria realizada del 29 de octubre al 2 de noviembre de 2020.

Su liderazgo lo lleva en la sangre. Cuando uno conversa con Cecilia Acosta encuentra que, más allá de la maestra tejedora que es, hay en su ser el ansia de servir, de convocar.

Esta indígena Wayúu de 53 años, vive en la comunidad de Iwouyaa, ubicada en el territorio ancestral El Paraíso, en zona rural a 17 kilómetros del municipio de Riohacha, capital de La Guajira. Allí habitan 17 familias que viven de la agricultura, el pastoreo y la tejeduría. En esas tierras secas, abrazadas por el sol y las noches de estrellas, se habla la lengua original Wayuunaiki, que han tratado de preservar, sintiendo un respeto profundo por una memoria muy viva. Incluso, en la lista de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la Unesco, está el Sistema Normativo Wayúu, aplicado a la figura del palabrero.

Cecilia, como la autoridad tradicional de El Paraíso, lleva un gran peso en sus hombros, aun así, le queda tiempo para tejer y atender a su pueblo en sus grandes y pequeñas necesidades. “Hemos venido haciendo un trabajo con las familias de diferentes comunidades buscando una mejor condición de vida desde el tejido”, dice.

Por tradición, explica, las mujeres Wayúu son tejedoras: “desde muy pequeñas aprendemos el tejido y mantenemos esa cultura mientras no se tenga dificultad con la visión ni con las manos, porque muchas terminan con artrosis. Tejemos sueños, mostramos lo que vivimos. Para crear esa belleza lo hacemos con sentimiento”. Y por eso, dice, cuando alguien adquiere uno de esos tejidos, se lleva “una partecita de uno, porque ahí va el pensamiento, el sentir”.

Su madre le enseñó a tejer. Ella era maestra de maestras y líder. “Era una tejedora muy fuerte, conocía todas las técnicas del tejido Wayúu. Siempre estuvo dedicada a la tejeduría. Como ella, yo aprendí desde pequeña y no solamente con mi madre, también tuve la oportunidad de pasar por un internado indígena, donde nos enseñaban ese arte para hoy en día transmitir esos conocimientos a las nuevas generaciones”.

Relata Cecilia que cuando las niñas tienen su primer período, las encierran en un rancho totalmente cubierto al que solo entra su maestra, que puede ser la madre o la abuela. “Al inicio, esa niña recibe una purificación (…). A partir de tres días, empieza el proceso de aprendizaje. Lo primero que nosotros hacemos es colocar una cantidad de algodón para que ella pueda aprender a hilar (…).  Se empieza por una mochila, por los cordones, por el paleteado; siguen los chinchorros, en las diferentes técnicas, y todo eso lo hace dentro del encierro”. Sus maestras no solo le enseñan a tejer, también le indican lo que significa ser una mujer Wayúu.

El aprendizaje puede durar meses o años. Hay un caso especial y es el de su madre, Ángela Pimienta, quien duró siete años encerrada. Tanto es que al inicio de cada año le cortaban el cabello y con él fue haciendo un cordón grueso que alcanzó a medir nueve metros y medio. “Ella empezó a cultivarse más y más y se le fue el tiempo. No quería salir, cuando la querían sacar, ella se quedaba. Cuando empezó a hacer las mantas fúnebres, se las cambiaban a mi abuela por reses, porque en ese tiempo no se manejaba el dinero. Ella era la única persona que lo hacía en esa zona. Hoy en día nadie lo hace”.

Y esta madre, quien también fue autoridad tradicional de la comunidad, dejó su conocimiento no solamente en su familia, sino en todas aquellas personas que quisieron aprender con ella. Nada egoísta, fue abierta en la transmisión de ese saber.

Cecilia siente que, a pesar de los cambios en los nuevos tiempos, hay mucha apropiación entre la juventud, precisamente, porque las mujeres mayores han logrado compartir esos saberes, enfatizando en la necesidad de conservar las tradiciones y la identidad.

Hoy, la economía Wayúu está representada en su tejeduría. Incluso, los hombres han comenzado a tejer, lo que ha implicado un cambio en las costumbres, porque antes era un asunto exclusivamente femenino. “Y ellos lo están haciendo muy bien”, afirma Cecilia, maestra de maestras que ha sido reconocida en numerosas ocasiones por su trabajo.

Kanasü, en su lengua, significa diseño. Cada una de esas geometrías que aparecen en mochilas, mantas, chinchorros, tienen un sentido estético y simbólico. Hay un kanasü que lleva el nombre de la comunidad, Iwouyaa, que significa “la estrella que anuncia la llegada de las lluvias”. Este es un conocimiento colectivo del pueblo Wayúu. Son diseños propios y los mismos nombres recorren la alta y media Guajira. Grafías que vienen desde la araña tejedora Wale’ Kerü, la primera, la que inició los caminos del tejido.

Cecilia estudió operación de programas turísticos en el Sena y fue pionera cuando abrió las puertas de su comunidad para mostrar la auténtica expresión cultural y étnica a través de un programa de Etnoturismo. Inicialmente, les dio susto, era arriesgado. Incluso, su madre se opuso por el impacto negativo que podía tener la presencia de extraños en la ranchería. “La verdad, el impacto ha sido positivo, los jóvenes se sienten orgullosos de mostrar lo que somos y han tomado conciencia sobre el valor de preservar las tradiciones”. Incluso, fundó una institución etnoeducativa con énfasis en el etnoturismo para jóvenes universitarios. Tiene once sedes y en ella trabajan tres de sus seis hijos. “Queremos que esto ayude a generar ingresos a través de un turismo responsable”.

Como autoridad tradicional del territorio ancestral El Paraíso, cargo que heredó hace seis años, cuando su madre murió, Cecilia ha liderado numerosas acciones para el reconocimiento y respeto de las tierras, pero por alzar la voz en defensa del pueblo Wayúu, ha recibido amenazas y ha necesitado protección. Ella es clara cuando afirma que las nuevas generaciones deben estudiar, es importante que tengan educación para que se proyecten y tengan argumentos en momentos de posibles conflictos. “Queremos generar paz y que los jóvenes lo hagan de una manera profesional defendiendo los derechos que nos corresponden como pueblos indígenas”.

Además, pertenece a la Federación Nacional de Artesanas Wayúu, integrada por diez organizaciones. Desde ahí, se realizan proyectos de largo aliento, no solo en el cumplimiento de pedidos especiales relacionados con la tejeduría, como la cocreación que realizaron con la empresa Toto, sino que se lucha para que se les reconozca el derecho de autor de sus trabajos, pues ha habido plagios, por eso ha insistido en la Denominación de Origen, que están trabajando con la Superintendencia de Industria y Comercio. Y han tenido la compañía de Artesanías de Colombia que ha ayudado a fortalecer su presencia en las ferias y ha apoyado la capacitación.

Con todas sus responsabilidades, Cecilia Acosta sigue tejiendo. Sus obras se reconocen por la textura, por la finura de su tejido. Ya han dejado de trabajar con el algodón natural, ahora sus hilos son acrílicos, sin embargo, han conseguido excelentes proveedores, explica Cecilia, quien señala que, si bien la mayor parte del trabajo es manual, con aguja de croché, para tejidos grandes como los chinchorros y las mantas, usan el telar vertical. Además, en tejido peyón realizan tapices y cojines, entre otros, una técnica totalmente distinta y con una aguja especial que fabrican en la ranchería.

“La fuerza está en nosotros”, concluye esta tejedora, quien sabe que desde lo local cada vez se hacen más universales. No en vano, constantemente les hacen pedidos o participan en cocreaciones con diseñadores de otras ciudades del país.

“Ser Wayúu es saber el origen, es saber de dónde vengo y hacia dónde voy. Ser Wayúu para mí es ser una mujer con un enfoque diferencial”, dice Cecilia Acosta, orgullosa de sus ancestros y de ese habitar tierras infinitas, un territorio sagrado que respeta en su inmensidad. Ama tejer, ama su trabajo social. Ama ser heredera de Wale’ Kerü, esa primera tejedora que les dio el influjo de su ser interior. “Cuando tejo, mis pensamientos se unen a mis manos para expresar lo que siento. La mochila crece con mis sueños”. Y tal vez por eso, el diseño que más le gusta es el Iwouyaa, que anuncia la llegada de las lluvias, “cuando llueve se fecunda la tierra y eso es lo que nos da vida, es una bendición para nosotros”.

* Texto escrito con ocasión de la décimoprimera edición de Expoartesano La Memoria, feria realizada del 29 de octubre al 2 de noviembre de 2020.

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