Bordando tradición y originalidad
Por Sistema de Información para la Artesanía - Siart.
Todo inició en 1965, cuando 25 mujeres se reunieron en la casa de la señora Cecilia Iregui de Holguín, entonces presidenta de la Junta de Acción Comunal, para sentar las bases de lo que hoy conocemos como el Taller Artesanal Fonquetá, el cual obtuvo el Sello de Calidad “Hecho a Mano” en 2018.
Un taller que a lo largo de cinco décadas de vida, ha sido reconocido por sus tapices bordados y por la belleza de sus productos que nos evocan un sentido de pertenencia inmenso, e incluso, un grado de ternura inconmensurable.
Para retomar un poco de su historia y sobre todo, para saber cómo se ha adaptado este taller al siglo XXI, conversamos con doña Ana Rosa Torres de Cifuentes (una de las fundadoras de este lugar) y con su nieto, Sebastián Cifuentes, quien hoy le imprime toda la fuerza creativa y comercial al renacer de los tapices bordados que nacieron también en las manos de su abuela.
¿Cómo era su modelo de negocio?
Ana Rosa Torres de Cifuentes: primero, reunimos una plata para arrancar y además comenzamos a bordar con el material que nos regalaron distintas personas de la comunidad. En esa época, las fábricas también nos regalaron lanas y traíamos el paño de Popayán. Ahora, se lo compramos a un artesano de Cajicá.
Sacábamos los costos, hacíamos un fondo común para la compra de materiales y pagábamos la mano de obra a las artesanas. Todavía hoy nos manejamos de esa manera, para el trabajo, vienen las mujeres hasta la casa del taller, se les entrega el material y escribimos en un cuaderno lo que se va a tejer, ellas lo llevan y lo hacen desde sus casas.
¿Por qué plasman paisajes en sus bordados?
Ana Rosa: cuando iniciamos, una de las voluntarias era diseñadora y ella se imaginaba siempre la iglesia de la Valvanera, entonces nos decía: “Vamos a trabajar sobre lo que es Chía o el paisaje natural”. Por eso, casi todos los tapices tradicionales tienen un paisajes con flores y con la iglesia.
¿Cómo consiguieron la casa donde funciona el taller?
Ana Rosa: solíamos reunirnos de dos a tres veces por semana para tejer y conversar sobre nuestras actividades diarias, logramos conseguir apoyo de la empresa privada y compramos un lote de media fanegada en donde hoy todavía quedan las instalaciones del taller.
¿Cuál fue la mejor época del taller?
Sebastián Cifuentes: los años dorados del taller fueron durante las décadas de los años 70 y 80, entre los clientes que más se recuerdan, está el Hotel de Sochagota (Boyacá) al que mi abuela y otras artesanas bordaron 20 cuadros de 2mts x 1.50mts con diferentes diseños.
Todavía debe haber algunos de esos tapices y de hecho, los clientes nos cuentan que en Boyacá encuentran muchos tapices de Fonquetá. Sobre todo en Expoartesanías, a donde procuramos asistir todos los años; allí se acercan personas al stand y nos cuentan que han visto nuestros productos.
Ana Rosa: la pasábamos muy rico, hacíamos reuniones muy buenas, hicimos paseos a Ecuador, a la costa, a San Andrés y a otros lugares de Cundinamarca. Una vez incluso, compramos bicicletas, hicimos un pedido de 40 bicicletas y todas las artesanas nos movíamos en ella para llegar a las casas y para ir al taller.
¿El taller siempre ha estado abierto?
En una época nos tocó cerrar porque las ventas bajaron; veníamos, pero no éramos muy constantes, así que bordábamos en las casas. Actualmente, tenemos el punto de venta principal en la casa del taller y otro en la papelería que tengo desde hace más de veinte años en mi casa.
¿Cómo fue el renacer de este taller?
Sebastián: como mi abuelita contaba, hace un tiempo teníamos el taller cerrado. Entonces un día, mi hermana y yo amanecimos con la idea de mantener viva esta tradición. Así que reunimos a mis primos y a mi tía, la que tenía el café Cupertino, para comenzar a crear la página web y conseguir nuevos contactos.
Ahora tenemos la vitrina en la vereda, la página web y se están moviendo las redes sociales. Cada primo desde su área de estudio aporta para conseguir nuevos clientes. Es complicado hacerlo, pero estamos en la tarea de encontrar nuevos mercados.
Ana Rosa: la reapertura del taller fue el 6 de julio de 2019 en la casa donde siempre nos hemos reunido, aquí mismo está el Café Cupertino, un punto de encuentro tradicional en la vereda y también una tienda donde además de los tapices, hay otros productos.
¿Por qué pasar de los tapices a productos más pequeños?
Ana Rosa: lo hicimos con el propósito de innovar porque antes hacíamos unos paisajes muy grandes de 2.50mts por 2mts; pero con el paso de los años, nos dimos cuenta de que estos productos no salen tan rápido.
Sebastián: los clientes ahora piensan en su apartamento pequeño y en el dinero. Por eso, comenzamos a hacer cosas más pequeñas y utilitarias como las sillas, los individuales o los cojines; sin embargo, todos los productos tienen escrito “Fonquetá” , porque es una forma de dar reconocimiento a esta tradición.
¿Cuáles son los planes para conservar la tradición del bordado?
Sebastián: tenemos la idea de trabajar con mujeres cabeza de familia para enseñarles el oficio. Otro proyecto es reactivar la escuela de formación, ya que es necesario que más personas aprendan el oficio y no se pierda. La idea es que estos talleres duren cuatro semanas y aprovechar que contamos con la maestría de nuestras artesanas.
Ana Rosa: por eso el mensaje que tenemos para las nuevas generaciones es que sean constantes y que insistan. Eso fue lo que hicimos nosotras a pesar de que nunca imaginamos que íbamos a tener el éxito que tuvimos. Que trabajen en unión para que surjan ideas nuevas y para que todos vayan hacia el mismo lado. Que tengan constancia y mucho amor por el arte que hacen.
¿Por qué apoyar la creatividad?
Ni el talento, ni el conocimiento, ni la creatividad son características que se puedan arrebatar. Por el contrario, son aquellas que diferencian no sólo la labor artesanal y las manos que la hacen posible, sino a los productos elaborados.
El trabajo hecho a mano es creación con talento e imaginación con conocimiento. Por eso, apoyar la creatividad de los artesanos colombianos honrar la historia de sus manos y de su aprendizaje, es reconocer el valor del esfuerzo técnico y creativo de nuestra tierra y de su gente, y es apostar a un modelo económico naranja enfocado en el talento de las personas.
Especial realizado por el Sistema de Información para la Artesanía, Siart, de Artesanías de Colombia.