Patricia Hurtado, en la espiral del fuego

Por Beatriz Mesa Mejía

Artesana Patricia Hurtado
Artesana Patricia Hurtado - Imagen: Artesanías de Colombia

Valorar, tal vez sea ese el verbo que mejor define el hoy de Patricia Hurtado, indígena Misak, que tiene un proyecto que busca, precisamente, la valoración de su rica cultura, así como la del trabajo de sus artesanos en la inversión que hacen de su conocimiento, tiempo, materiales.

Fundó la Asociación Espiral Misak, a la que pertenecen 30 mujeres artesanas y de la que se benefician 120 personas. “La mujer Misak desde los inicios de nuestra historia es artesana. Cuando iniciamos el proceso de mostrarle al mundo lo que nosotros hacemos, quisimos valorar su trabajo. De ahí nació nuestra asociación”, explica Patricia, quien, cuando habla, deja sentir toda su convicción.

“Recuerdo que antes nos decían: ‘¿me vende esta mochila?’. Pero uno nunca decía: ‘vale tanto…’. Uno preguntaba: ‘cuánto me da por ella?’. Hay que cambiar esa actitud. Comenzamos a reunirnos y a prepararnos pensando en crear un grupo que sensibilizara a la comunidad en torno al significado de las artesanías y que mostrara a nuestros jóvenes el sentido profundo de nuestra identidad, esa fuerza que llevamos en nuestra sangre”.

Buscaron capacitación en el Sena y en Artesanías de Colombia. Y, con la ayuda de los mayores -sus maestros- iniciaron un proceso de introspección desde la raíz. “Esas conversaciones sobre los orígenes y el aprendizaje teórico para aprender a gestionar, nos dieron las bases para iniciar un proyecto que hoy nos llena de ilusión”. Explica que era muy importante para ellas, además de la definición de los conceptos, “saber cuánto vale nuestro tiempo, cuánto invertimos en el material, cuánto nos demoramos haciendo un producto. Y a partir de ahí cobrar lo justo”.

Patricia, quien está casada con Segundo Tunubalá y tiene dos hijos, Cristian David (18) y Lina Fernanda (14), está convencida de que tienen todo para salir adelante: el conocimiento, la inteligencia y las manos para escribir con ellas una historia.

La comunidad Misak o guambiana está ubicada en el nororiente caucano, en la zona rural del municipio de Silvia, entre el río Piendamó y la quebrada Manchay. “Tenemos una comunidad que es cultura, territorio, cosmovisión, usos, costumbres y economía. En nuestro origen está ser hijos e hijas del agua, en ella están nuestros principios”. Pishimisak, ser supremo, el dios de la vida, del buen vivir, se representa como mujer y como hombre. Cada noviembre se le rinde tributo y se le ofrendan las mejores cosechas.  

Los Misak hablan su lengua todo el tiempo. “Nuestras mamás, nuestras abuelitas, nos enseñan en nuestra cocina (nachak), en el calor de nuestros fogones”, dice Patricia, quien explica que esa es la primera escuela, aprenden la lengua, sobre espiritualidad, costumbres, tejeduría… 

Para los Misak, la reunión en torno al fogón de leña tiene un significado ancestral. La cocina es un espacio simbólico donde se crece, se conversa, se acoge a los invitados. Al calor del fuego comienza y termina todo. “Para nosotros el fuego es vida, marca nuestra oralidad”.

Está dentro de los Misak el respeto profundo a los mayores. “Con ellos aprendemos a reconocernos”. Y ese fue el pensamiento que guio los objetivos de la Fundación Espiral Misak: “Les dije a las compañeras, ´sintámonos orgullosas, trabajemos en equipo para darnos a conocer nacional e internacionalmente, porque tenemos mucho por mostrar. Y lo que vamos a ganar por nuestro trabajo, nos ayudará vivir bien”. Surgió a partir de lo que son, sin negar su origen, comenzaron a proyectarse.

Sentir y pensar como Misak, ese es el gran reto que se tiene, pues, a pesar de vivir en comunidad, las influencias exteriores son muchas. Por eso el fortalecimiento de esa memoria milenaria es clave para conservar el ser interior, la fuerza dada por los ancestros.

Fundaron Espiral Misak en 2015. Ese año se organizaron legalmente e iniciaron una labor “en la que los diseños nacen de lo más hondo que dejaron nuestros shures y shuras (abuelos y abuelas)”. 

¿Y por qué Espiral Misak? “El espiral hace parte de nuestra vida, de nuestra cosmogonía, hablamos del ir y venir: nacemos, crecemos, escribimos una historia y tenemos que regresar a nuestra Madre Tierra”. Y por esa conciencia, dice Patricia, “cuidamos también nuestra Tierra, pues ella nos acogió y nos acogerá de nuevo. La debemos adorar tanto como podamos para no hacerle daño”. 

Con los tejidos se envuelve su historia. “Siempre estamos haciendo una artesanía, siempre en nuestro nachak estamos hilando, estamos tejiendo. Las niñas y los niños aprenden viendo”. 

Espiral Misak tiene un proyecto bien articulado en el que realizan una serie de prendas inspiradas en sus propias vestimentas: el anako o falda, la ruana, los sombreros. Usan el telar vertical y tejen con agujas croché. Usan la lana de sus ovejas y los hilos de las palmas de iraca y tetera que consiguen en los climas calientes.

Las mochilas o jigras, cuando son para consumo interno, las hacen tejidas a dedo, cuando son para la venta las hacen en croché. En cada una plasman una historia. Cada una lleva la identidad de la tejedora. “El tejido a dedo se demora demasiado, y si queremos valora nuestro trabajo, no nos dan el precio justo. Nunca venderemos esa mochila por el valor real. Hacerla a dedo se demora un mes. Y con aguja croché, la grande se demora cuatro días, la mediana, tres y la pequeña, dos”.

En algunos dibujos rinden un claro homenaje a Mamá Manela, que hace parte de sus historias fundacionales. Fue la primera cacica y gracias a ella tienen el don de ser mujeres tejedoras. Tienen también una mochila que remite a la semilla. Simboliza el origen, el paso del tiempo, el principio y el final, evidenciando ese pensamiento dual que siempre está en los Misak.“Somos semillas humanas y tenemos nuestras semillas en nuestros cultivos. Mientras más cultivamos, somos más semilla”.

Otras mochilas son: Origen, que plasma el nacimiento como hijas e hijos del agua. Familia y Gran Familia, el hogar, donde están los abuelos, los padres, los hijos, todos reunidos en torno a la oralidad y al fuego. La mochila Territorio recuerda también a Mamá Manela y sus enseñanzas para vivir en comunidad y cuidar la tierra. Y, la mochila Agua es existencia. “Mientras cae agua del cielo sobre nuestras lagunas y ríos; sobre nuestra Madre Tierra, hay vida y nuestras semillas se fortalecen”. Tienen una simbología casi inagotable que inspira sus rituales, sus metáforas. Y en sus tejidos comparten esa voz de los antepasados. Esa es la manera de escribir la historia. 

Además de las mochilas, están reinventando sus anakos, también los chales y los chumbes y en ellos, los colores del arcoíris tienen una connotación singular. “El Chumbe es una especie de correa. Nos abraza. Recuerda el calor que les damos a nuestros hijos cuando los llevamos en nuestras espaldas”. Ahora también han adoptado las chaquiras para hacer aretes, collares, pulseras, balacas. Entre su paleta, los azules, los marrones, los rojos, los grises, los amarillos, recuerdan el cielo, la tierra, el agua, el aire y el fuego, que aparecen siempre en sus relatos. 

Sus mochilas, con su rica simbología, sus líneas y geometrías, encierran una cadencia y un ritmo al tejer, se diferencian de las realizadas por otras comunidades indígenas en que son más tupidas, usan dos hilos y tienen contrastes entre oscuros y neutros. Todo lo comercializan a través de Artesanías de Colombia, durante las ferias o cuando les hacen un pedido especial. Tejen con lana de oveja. Y, hacen todo: esquilan, lavan, pisan, hilan, tinturan. También usan fibras sintéticas. Las tinturas las sacan de semillas, barro, cortezas, flores. Usan agua, sal y limón para estabilizar los colores. Todo es único, dice Patricia, porque ninguna tintura sale igual. El nogal, el cascarillo, la lengua de vaca, el eucalipto, el pino, son algunos de los habitantes de sus bosques.

Casi siempre tejen de noche. En solitario o acompañadas. Ahora, también los hombres se han involucrado en la urdimbre. Así que su vida transcurre entre el tejer y el sembrar, dice Patricia Hurtado, orgullosa de un trabajo en el que tejiendo cuentan sus historias como si fuera en las páginas de un libro. Ese conocimiento se expone como un canto a sus orígenes. 

Valorar, tal vez sea ese el verbo que mejor define el hoy de Patricia Hurtado, indígena Misak, que tiene un proyecto que busca, precisamente, la valoración de su rica cultura, así como la del trabajo de sus artesanos en la inversión que hacen de su conocimiento, tiempo, materiales.
Fundó la Asociación Espiral Misak, a la que pertenecen 30 mujeres artesanas y de la que se benefician 120 personas. “La mujer Misak desde los inicios de nuestra historia es artesana. Cuando iniciamos el proceso de mostrarle al mundo lo que nosotros hacemos, quisimos valorar su trabajo. De ahí nació nuestra asociación”, explica Patricia, quien, cuando habla, deja sentir toda su convicción.
“Recuerdo que antes nos decían: ‘¿me vende esta mochila?’. Pero uno nunca decía: ‘vale tanto…’. Uno preguntaba: ‘cuánto me da por ella?’. Hay que cambiar esa actitud. Comenzamos a reunirnos y a prepararnos pensando en crear un grupo que sensibilizara a la comunidad en torno al significado de las artesanías y que mostrara a nuestros jóvenes el sentido profundo de nuestra identidad, esa fuerza que llevamos en nuestra sangre”.
Buscaron capacitación en el Sena y en Artesanías de Colombia. Y, con la ayuda de los mayores -sus maestros- iniciaron un proceso de introspección desde la raíz. “Esas conversaciones sobre los orígenes y el aprendizaje teórico para aprender a gestionar, nos dieron las bases para iniciar un proyecto que hoy nos llena de ilusión”. Explica que era muy importante para ellas, además de la definición de los conceptos, “saber cuánto vale nuestro tiempo, cuánto invertimos en el material, cuánto nos demoramos haciendo un producto. Y a partir de ahí cobrar lo justo”.
Patricia, quien está casada con Segundo Tunubalá y tiene dos hijos, Cristian David (18) y Lina Fernanda (14), está convencida de que tienen todo para salir adelante: el conocimiento, la inteligencia y las manos para escribir con ellas una historia.
La comunidad Misak o guambiana está ubicada en el nororiente caucano, en la zona rural del municipio de Silvia, entre el río Piendamó y la quebrada Manchay. “Tenemos una comunidad que es cultura, territorio, cosmovisión, usos, costumbres y economía. En nuestro origen está ser hijos e hijas del agua, en ella están nuestros principios”. Pishimisak, ser supremo, el dios de la vida, del buen vivir, se representa como mujer y como hombre. Cada noviembre se le rinde tributo y se le ofrendan las mejores cosechas.  
Los Misak hablan su lengua todo el tiempo. “Nuestras mamás, nuestras abuelitas, nos enseñan en nuestra cocina (nachak), en el calor de nuestros fogones”, dice Patricia, quien explica que esa es la primera escuela, aprenden la lengua, sobre espiritualidad, costumbres, tejeduría… 
Para los Misak, la reunión en torno al fogón de leña tiene un significado ancestral. La cocina es un espacio simbólico donde se crece, se conversa, se acoge a los invitados. Al calor del fuego comienza y termina todo. “Para nosotros el fuego es vida, marca nuestra oralidad”.
Está dentro de los Misak el respeto profundo a los mayores. “Con ellos aprendemos a reconocernos”. Y ese fue el pensamiento que guio los objetivos de la Fundación Espiral Misak: “Les dije a las compañeras, ´sintámonos orgullosas, trabajemos en equipo para darnos a conocer nacional e internacionalmente, porque tenemos mucho por mostrar. Y lo que vamos a ganar por nuestro trabajo, nos ayudará vivir bien”. Surgió a partir de lo que son, sin negar su origen, comenzaron a proyectarse.
Sentir y pensar como Misak, ese es el gran reto que se tiene, pues, a pesar de vivir en comunidad, las influencias exteriores son muchas. Por eso el fortalecimiento de esa memoria milenaria es clave para conservar el ser interior, la fuerza dada por los ancestros.
Fundaron Espiral Misak en 2015. Ese año se organizaron legalmente e iniciaron una labor “en la que los diseños nacen de lo más hondo que dejaron nuestros shures y shuras (abuelos y abuelas)”. 
¿Y por qué Espiral Misak? “El espiral hace parte de nuestra vida, de nuestra cosmogonía, hablamos del ir y venir: nacemos, crecemos, escribimos una historia y tenemos que regresar a nuestra Madre Tierra”. Y por esa conciencia, dice Patricia, “cuidamos también nuestra Tierra, pues ella nos acogió y nos acogerá de nuevo. La debemos adorar tanto como podamos para no hacerle daño”. 
Con los tejidos se envuelve su historia. “Siempre estamos haciendo una artesanía, siempre en nuestro nachak estamos hilando, estamos tejiendo. Las niñas y los niños aprenden viendo”. 
Espiral Misak tiene un proyecto bien articulado en el que realizan una serie de prendas inspiradas en sus propias vestimentas: el anako o falda, la ruana, los sombreros. Usan el telar vertical y tejen con agujas croché. Usan la lana de sus ovejas y los hilos de las palmas de iraca y tetera que consiguen en los climas calientes.
Las mochilas o jigras, cuando son para consumo interno, las hacen tejidas a dedo, cuando son para la venta las hacen en croché. En cada una plasman una historia. Cada una lleva la identidad de la tejedora. “El tejido a dedo se demora demasiado, y si queremos valora nuestro trabajo, no nos dan el precio justo. Nunca venderemos esa mochila por el valor real. Hacerla a dedo se demora un mes. Y con aguja croché, la grande se demora cuatro días, la mediana, tres y la pequeña, dos”.
En algunos dibujos rinden un claro homenaje a Mamá Manela, que hace parte de sus historias fundacionales. Fue la primera cacica y gracias a ella tienen el don de ser mujeres tejedoras. Tienen también una mochila que remite a la semilla. Simboliza el origen, el paso del tiempo, el principio y el final, evidenciando ese pensamiento dual que siempre está en los Misak. “Somos semillas humanas y tenemos nuestras semillas en nuestros cultivos. Mientras más cultivamos, somos más semilla”.
Otras mochilas son: Origen, que plasma el nacimiento como hijas e hijos del agua. Familia y Gran Familia, el hogar, donde están los abuelos, los padres, los hijos, todos reunidos en torno a la oralidad y al fuego. La mochila Territorio recuerda también a Mamá Manela y sus enseñanzas para vivir en comunidad y cuidar la tierra. Y, la mochila Agua es existencia. “Mientras cae agua del cielo sobre nuestras lagunas y ríos; sobre nuestra Madre Tierra, hay vida y nuestras semillas se fortalecen”. Tienen una simbología casi inagotable que inspira sus rituales, sus metáforas. Y en sus tejidos comparten esa voz de los antepasados. Esa es la manera de escribir la historia. 
Además de las mochilas, están reinventando sus anakos, también los chales y los chumbes y en ellos, los colores del arcoíris tienen una connotación singular. “El Chumbe es una especie de correa. Nos abraza. Recuerda el calor que les damos a nuestros hijos cuando los llevamos en nuestras espaldas”. Ahora también han adoptado las chaquiras para hacer aretes, collares, pulseras, balacas. Entre su paleta, los azules, los marrones, los rojos, los grises, los amarillos, recuerdan el cielo, la tierra, el agua, el aire y el fuego, que aparecen siempre en sus relatos. 
Sus mochilas, con su rica simbología, sus líneas y geometrías, encierran una cadencia y un ritmo al tejer, se diferencian de las realizadas por otras comunidades indígenas en que son más tupidas, usan dos hilos y tienen contrastes entre oscuros y neutros. Todo lo comercializan a través de Artesanías de Colombia, durante las ferias o cuando les hacen un pedido especial. Tejen con lana de oveja. Y, hacen todo: esquilan, lavan, pisan, hilan, tinturan. También usan fibras sintéticas. Las tinturas las sacan de semillas, barro, cortezas, flores. Usan agua, sal y limón para estabilizar los colores. Todo es único, dice Patricia, porque ninguna tintura sale igual. El nogal, el cascarillo, la lengua de vaca, el eucalipto, el pino, son algunos de los habitantes de sus bosques.
Casi siempre tejen de noche. En solitario o acompañadas. Ahora, también los hombres se han involucrado en la urdimbre. Así que su vida transcurre entre el tejer y el sembrar, dice Patricia Hurtado, orgullosa de un trabajo en el que tejiendo cuentan sus historias como si fuera en las páginas de un libro. Ese conocimiento se expone como un canto a sus orígenes. 

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