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Cuatro historias detrás de Bogotá Artesanal

Por Sistema de Información para la Artesanía - Siart. domingo 22 de octubre de 2017

Ellos son Luz Marina Novoa, Dilia Ester Afanador, Sercelinito Piraza y Reinaldo Niño, cuatro de los 100 artesanos protagonistas de la feria Bogotá Artesanal.

Cuatro historias detrás de Bogotá Artesanal
Luz Marina Novoa, Dilia Afanador, Sercelinito Piraza y Reinaldo Niño - Imagen: Artesanías de Colombia

La Plaza de Los Artesanos de Bogotá volvió a recibir a sus anfitriones, los artesanos, en la Feria Bogotá Artesanal, un evento que buscó brindar espacios comerciales a las manifestaciones artesanales y de arte manual que se crean en medio de la ciudad, el 20, 21 y 22 de octubre de 2017.

Cien artesanos provenientes de las veinte localidades de la capital colombiana se dieron cita durante tres días para ofrecer a bogotanos y visitantes, lo mejor de sus creaciones. Todos participaron en el proyecto “Fortalecimiento al emprendimiento del artesano de Bogotá D.C.", una iniciativa de Artesanías de Colombia y la Alcaldía Mayor de Bogotá a través de la Secretaría Distrital de Desarrollo Económico y del Instituto Distrital de Turismo; al cual se inscribieron más de 600 habitantes de la ciudad y que después de un proceso de evaluación, benefició a 300 artesanos.

Cada pieza artesanal tiene tras de sí, una historia única por su elaboración, materia prima y técnica, pero también por las manos de quien le ha dado vida. No todos los cien artesanos que hicieron parte de la Feria Bogotá Artesanal, nacieron en la ciudad; los hubo provenientes de la Sierra Nevada, Huila, Putumayo y Chocó entre otros departamentos, pero todos tienen algo en común: hacen parte de una ciudad que acoge a todo el país.

Entre ellos estuvieron Reinaldo Niño, Dilia Ester Afanador, Sercelinito Piraza y Luz Marina Novoa. Reinaldo es tejedor en telar vertical hace quince años; Dilia empezó a tejer tapetes para conservar la salud de su pequeña hija; Sercelinito aprendió a tejer en werregue en su natal Chocó; y Luz Marina decidió dar vida no a objetos sino a recuerdos, después de que la vida le dió un vuelco.

Le invitamos a conocer un fragmento de las historias detrás de algunos de los artesanos que hicieron parte de la Feria Bogotá Artesanal.

Reinaldo Niño Hernández

Él es el artífice de Manos Doradas, un taller de tejeduría en telar vertical que decidió emprender junto a su esposa hace quince años; cuando retomó las riendas de su vida después de habitar en las calles de Bogotá a causa de la adicción a las drogas.

Reinaldo cayó en el consumo de psicoactivos siendo muy joven, tenía apenas nueve años cuando, debido a la muerte de su madre, abrió la puerta a un mundo en el que estuvo sumido durante casi cuarenta años. Siendo un adolescente de 15 años, él encontró en uno de sus recorridos a pie desde el barrio Kennedy al barrio Quiroga, una carpa de instrucción del SENA que entonces se llamaba “Promoción Popular Urbana”.

Paola, recuerda que se llamaba aquella instructora que le invitó a pasar y le enseñó cómo se tejía en telar vertical. Reinaldo aprendió, fue a las clases y después volvió a la calle; pero guardó ese aprendizaje en su mente y en sus manos, hasta que encontró en la Av. Jiménez con Carrera Séptima un saco de lana que él mismo convirtió en dos bufandas.

Ese fue el momento en que Reinaldo decidió decir “basta”. Tiró 14 papeletas de bazuco que tenía en el bolsillo y volvió a casa con su esposa, quien le acompañó durante tres meses de desintoxicación voluntaria y en un emprendimiento basado en la tejeduría: Manos Doradas, un taller artesanal que basa su actividad primordialmente la transformación de fibras naturales en bellos tejidos artesanales en telar manual.

Dilia Ester Afanador

Hace siete años y en Barranquilla nació Sara María, la hija de Dilia. Ella es barranquillera y se mudó a Bogotá junto a su esposo por motivos laborales, pues él debía viajar para atender cuestiones de trabajo. Sara María nació prematura y a causa de ello, debió enfrentar problemas cardíacos y respiratorios; su pediatra, un médico español, le recomendó a Dilia mantener a su hija alejada de la humedad y del polvo.



Después de mudarse a la capital colombiana, la principal preocupación de Dilia era mantener a su hija sana; así que investigó en Internet y por sugerencia del pediatra, la manera de elaborar unos tapetes españoles llamados “Trapillos”. Sin embargo, vio que se trataba de un proceso más industrial y un poco alejado a su realidad inmediata.

Para proteger a su bebé del polvo y la humedad, Dilia ponía en el piso de la habitación de su hija, las camisetas viejas de sus otros hijos. Sin embargo, ésta no era una solución efectiva para lo que requería y después de buscar, preguntar y probar, hizo su primer tapete anudado. Lo hizo con base en una malla que le llevó su esposo y después de que el pediatra lo vio, no sólo obtuvo un visto bueno para la salud de su hija, sino su primer cliente.

Hoy, Sara María tiene siete años; los mismos que el emprendimiento Dedilia, quien además de tapetes hace ahora cojines y ha desarrollado innovaciones en materia de color y texturas con fibra de retal traída a Bogotá directamente desde Medellín, y sobre mallas biodegradables.

Sercelinito Piraza Burgara

En el Resguardo San Antonio de Tocoromá, Chocó; Sercelinito aprendió a tejer en palma de werregue. Corría el año 1976 y tenía la edad de 26 años cuando notó que su tejido era parejo y prolijo; allí, en el Resguardo, aprendió también a trabajar la tierra, esa que cultivó en su terreno de 60 hectáreas y que debió dejar atrás en el 2003, víctima del desplazamiento forzado.

Llegó al barrio Marsella, a vivir en casa de Maria Esperanza Casas, una amiga que conoció en la década del 80 cuando ella fue a su Resguardo junto a una brigada de salud. Sercelinito llegó a la capital en mayo y el 10 de julio, recibió a su esposa y a sus hijos. Junto a ellos, sus manos recordaron la manera en que se tejía la palma de werregue, esa que puede medir entre 13 y 30 metros de alto en la selva chocoana.

Sercelinito vive con su familia en Ciudad Bolívar, allí trabaja con aproximadamente 20 mujeres artesanas, también desplazadas por la violencia y provenientes del Chocó, quienes además de jarrones, también elaboran bandejas, manillas, cucharas, collares y portavasos en werregue y madera.

Las bandejas, dice orgulloso Sercelinito, fueron un invento suyo. Están hechas en fibra de werregue y algarrobo ó mare. Trabajar con materias primas que se consiguen fácilmente en su tierra natal desde Bogotá, no es un asunto fácil; pero él se las ingenia. Tiene contactos en su Resguardo y en otros Resguardos; quienes le envían por correo a Bogotá, la madera y los cogollos con 240 hojas de werregue que él y su familia emplean para darle vida a un pequeño mundo chocoano en medio de la capital colombiana.

Luz Marina Novoa Castillo

Una de las frases que más repiten las personas cuando ven las casas campesinas, los cuadros, los pesebres y las chozas indígenas elaborados por Luz Marina es: “me recuerda…” Y es que en realidad, más que objetos, las creaciones de Luz son detonantes de recuerdos. ¿Quién en nuestro país, no ha visto las gallinas en una finca, un taburete en la casa, un fuelle, un par de campesinos junto a una vaca?

Luz Marina y su madre vivían en una casa tradicional de la Candelaria, en el centro de Bogotá. Tenían además un apartamento en el edificio llamado Torres de Quesada. Eran como se diría coloquialmente, un par de mujeres que lo tenían todo. Luz trabajaba como decoradora de interiores y hacía varias kermesse en su casa; sin embargo, la vida les dio un vuelco cuando su madre le sirvió de fiadora a una compañera y perdieron todo.

Fueron a vivir en arriendo a un pequeño lugar en la carrera octava con calle veinte, Luz Marina empezó a hacer pequeñas casas de arquitectura árabe, rememorando las construcciones de los pesebres y decidió ir a una papelería Panamericana en el barrio Suba. Ese fue el primer lugar en donde empezó a vender sus creaciones, y Suba, se convirtió en la localidad donde aún ella y su madre, viven.

Estando una tarde del año 2010 en la capilla del barrio Lombardía, ella le propuso al cura hacer una gruta para situar allí a la virgen que recibiría la bendición de Monseñor Pedro Rubiano. Lo hizo junto a un grupo de mujeres del barrio y cuando Monseñor fue, Luz Marina se escondió dentro de la gruta, ¡Así que la bendición fue triple: la virgen, la gruta y Luz Marina!

Después de esto, Luz Marina invitó a Monseñor a su local; allí, le pidió que bendijera sus manos, esas que hoy elaboran pesebres, casas y cuadros. Su taller se llama ReciArte y  sus productos se han ido con toda clase de compradores que al verlos, recuerdan alguna escena en el campo o de su niñez, incluso, el empresario Luis Carlos Sarmiento Angulo se llevó a casa en 2014 una de sus creaciones.


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30 de diciembre de 2024 - Última actualización: 27 de diciembre de 2024

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