Fanny Iguarán, tejedora de relatos

Por Beatriz Mesa Mejía

Artesana Fanny Iguarán
Artesana Fanny Iguarán - Imagen: Artesanías de Colombia

Entre Riohacha y Maicao, en la península de la Guajira, hay un resguardo indígena llamado Ceura. Allí vive Fanny Iguarán rodeada de su familia. En estas tierras del norte de Colombia, siempre cálidas y con un cielo azul que conmueve, esta mujer indígena Wayúu se ha convertido en líder de su comunidad, no solo por la excelencia de cada uno de sus tejidos, sino por la fuerza que ha tenido para motivar a su clan con razones contundentes para preservar sus costumbres.

En Ceura hay alrededor de unas ochenta familias compuestas por cinco, siete o diez miembros. Una de sus características es la unión que hay entre ellos, algo que los enorgullece y les ha permitido salir siempre fortalecidos. “Convivimos con el esposo, los hijos, los suegros, las cuñadas, los sobrinos, a esto lo llamamos familia. Hay vínculos entre todos. Somos una cultura de mucho calor humano…”, afirma Fanny Iguarán. 

Ella aprendió a tejer gracias a las enseñanzas de su abuela y su madre. “Soy heredera de un legado, heredera del oficio artesanal dentro de mi clan. Desde mi niñez me prepararon para que conociera las técnicas del tejido del pueblo Wayúu. Soy una mujer que me formaron en los conocimientos de la tejeduría de croché…”. Aprendió a hacer mochilas, mantas y chinchorros; aprendió a preparar fibras y tintas. Aprendió de secretos y de voces lejanas. 

“Al crecer, fui conociendo más a fondo lo que significa esa labor. Cuando uno teje un chinchorro -hamaca- o una mochila, cuando uno elabora una gasa o un accesorio, como los cordones, hay unas técnicas”. Así fue descubriendo el valor de los detalles y adquirió la destreza para realizar sus propias obras, plasmando en cada una de ellas esa rica simbología que sustenta su historia.

Los diseños nacen de la observación de la flora y la fauna, en un territorio de arena y sol que se renueva cada día. “Nuestras abuelas, nuestras mamás, nunca tuvieron un libro que les dijera esto es esto. Era su creatividad y la desarrollaron con lo que su ambiente, su entorno, les ofrecía. Los diseños, las combinaciones de colores que hoy en día están plasmados en algunos libros surgieron en ellas de una forma natural”.

Y se refiere a publicaciones como el Kanazo´u. Dibujos ancestrales Wayúu, que recoge la experiencia de diez maestras que, con la compañía de investigadores como Marta Ramírez Zapata, diseñadora textil y quien guio la edición, y con el apoyo de algunas empresas, lograron exponer sus conocimientos heredados de sus ancestros, que se sumaron a sus nuevas experiencias en el tejido. Porque más allá de unir un hilo con otro, en cada trabajo se representa parte de la historia de una comunidad que ha conservado sus tradiciones gracias a su sabiduría y sensibilidad.

A ese arte antiguo lo llaman Kanaas. Los dibujos se conocen como kanasü. Algunos remiten a animales, otros a lo observado en el firmamento o a las plantas. Allí están el Molokonoutayaa (caparazón del morrocoy), el Jañuleky (cabeza de mosca), el Jime´uyaa (ojo de pescado), el Pilikeeruyaa (vulva de la burra), el Siwottoyaa (huellas del caballo en la arena), el Iiwo´uyaa (estrellas que anuncian la lluvia). Cada forma geométrica tiene una voz, un sentido que trasciende el hacer. “En los azules está el mar, en los verdes, la vegetación; en la mezcla de varios tonos está la alegría del pueblo Wayúu”.

Ella dice que “como mujer Wayúu, perteneciente a una familia que nace de la tejeduría, esto es lo más hermoso que le puede suceder a uno, es poder recibir y a la vez transmitir los conocimientos ancestrales. He construido semilleros en las nuevas generaciones para que se proteja y se mantenga viva nuestra herencia. Como mujer tejedora estoy orgullosa de haber recibido todos estos conocimientos, de haberme formado para poder mantener a la edad que tengo viva mi tradición y así llevar muy lejos y con mucho orgullo la memoria de un pueblo”.

Aún con el paso de los años y los cambios generacionales, el tejido sigue haciendo parte de este grupo, porque se sigue enseñando de manera oral el oficio para que ese conocimiento perdure. 

“No podemos desconocer que lo nuevo ha influido y más cuando llevamos los hijos a la escuela, sin embargo, el deber de cada abuela, de cada mamá, de cada tía es socializar ese saber tan importante para una mujer. Dentro de un tejido tu construyes, tejes tu vida y la de tu familia, tejes un futuro, porque la tejeduría es la base fundamental del conocimiento de una mujer Wayúu”, dice Fanny Iguarán, esa maestra que enseña a las niñas a descubrir los misterios de esa costura, de esa urdimbre, en la que hilo tras hilo se teje un relato.

Usan hilos en mezclas de poliéster con algodón y tintas. La mayoría son materiales industriales procesados que consiguen en los municipios cercanos. Otras veces, para las tinturas, preparan los colores con la corteza de los árboles y sus semillas. La técnica del croché adoptada en la comunidad es universal, herencia de España. Es normal que se teja con una sola aguja. Además, “es un trabajo móvil. Las mochilas van a donde tú vas”. La enseñanza se hace en las casas, así como los tejidos más grandes o los más delicados. 

Fanny asumió el oficio con una responsabilidad que consolidó a medida que fue creciendo. Una especie de conciencia para realizar cada una de las tareas asignadas y, ahora más que nunca, sabe lo que significa para su clan. Por eso hace parte del libro Kanazo´u y por eso Artesanías de Colombia ha apoyado su trabajo y el de otras mujeres como ella. “Nos han capacitado, nos han ayudado con sus diseñadores a complementar lo nuestro, por ejemplo, la combinación de colores o algunos terminados. Nos han indicado cómo participar en una feria, cómo dar a conocer y vender nuestros productos. Eso es un complemento de formación”.

Las ferias para Fanny, quien tiene tres hijas y tres nietas, se han convertido en un aliciente mayor. Esta tejedora de 53 años, así lo expresa: “lo más hermoso que hay en mi vida es cuando llegan las fechas de Expoartesano y Expoartesanías, porque es el reencuentro con mis compañeros, con mis amigos, con los otros grupos indígenas, con todo el sector artesanal de los diferentes departamentos que participan. ¡Esa es mi felicidad! Es como cuando a un niño le regalan un dulce. Cuando las fechas se aproximan, mi corazón está lleno de alegría (…). Por eso me llevo a mis hijas, por eso me llevo a mis nietas, porque ellas son parte de esto”.

En estas ediciones de las ferias que serán virtuales por la Pandemia decretada por el Covid-19, el abrazo quedó aplazado y aceptarlo es difícil para ella, así como lo ha sido la comercialización de sus tejidos y los de sus compañeras. “Detrás de cada empresa, de cada taller, se espera la salida económica de las familias que tejen. Esto es un sentido de pertenencia en la tejeduría y al comercializar lo producido, lo que se recibe ayuda a tener una mejor calidad de vida”. 

En tal sentido, explica que Artesanías de Colombia implementó ventas virtuales, por eso han podido sostenerse. Además, hay otras formas de economía muy arraigadas. “Una base de la cultura es la cría de animales, como los caballos, los burros, los chivos, las ovejas. Nuestros hombres se dedican al cuidado y al pastoreo, además de la pesca, pero nosotras las mujeres Wayúu somos atrevidas, los hemos incluido para hacer parte de nuestra labor, ahora ellos son tejedores y en cualquier comunidad puedes conseguir a un hombre haciendo una mochila, haciendo una gasa… ellos también tienen sus oficios artesanales”. 

Fanny Iguarán recuerda que la araña Wale´kerü es la madre tejedora, fundadora de la tradición, la que tejió para que hoy en día todas estas piezas puedan estar en el mundo. Incluso, la araña ancestral puede estar en la trama de chinchorros y mochilas mostrando parte de su pensamiento mítico. “Me gusta inspirarme de noche porque la tranquilidad abre la mente para crear. Las noches me fascinan para tejer, ya casi no lo hago porque a mi edad ya los ojitos no me dan, pero yo era una araña a la que le gustaba la noche”.

Ella se ha dejado envolver por esa rica cosmogonía que sale a la luz en cada uno de sus tejidos. Y como esa araña que en sus mitos inició la tradición, continúa urdiendo y enseñando para conservar aquello que les da un sentido, en medio de esos tejidos únicos que identifican a los Wayúu. Esa pertenencia al territorio está siempre presente, afirma Fanny Iguarán, quien respondió esta entrevista sentada debajo de un árbol de totumo, estaba conversando con una amiga, acompañada por una nieta y por otros miembros de su clan. Así contó lo hermoso y simbólico del trabajo de tejeduría, un patrimonio común que nace de raíces profundas, muy firmes.

Entre Riohacha y Maicao, en la península de la Guajira, hay un resguardo indígena llamado Ceura. Allí vive Fanny Iguarán rodeada de su familia. En estas tierras del norte de Colombia, siempre cálidas y con un cielo azul que conmueve, esta mujer indígena Wayúu se ha convertido en líder de su comunidad, no solo por la excelencia de cada uno de sus tejidos, sino por la fuerza que ha tenido para motivar a su clan con razones contundentes para preservar sus costumbres.
En Ceura hay alrededor de unas ochenta familias compuestas por cinco, siete o diez miembros. Una de sus características es la unión que hay entre ellos, algo que los enorgullece y les ha permitido salir siempre fortalecidos. “Convivimos con el esposo, los hijos, los suegros, las cuñadas, los sobrinos, a esto lo llamamos familia. Hay vínculos entre todos. Somos una cultura de mucho calor humano…”, afirma Fanny Iguarán. 
Ella aprendió a tejer gracias a las enseñanzas de su abuela y su madre. “Soy heredera de un legado, heredera del oficio artesanal dentro de mi clan. Desde mi niñez me prepararon para que conociera las técnicas del tejido del pueblo Wayúu. Soy una mujer que me formaron en los conocimientos de la tejeduría de croché…”. Aprendió a hacer mochilas, mantas y chinchorros; aprendió a preparar fibras y tintas. Aprendió de secretos y de voces lejanas. 
“Al crecer, fui conociendo más a fondo lo que significa esa labor. Cuando uno teje un chinchorro -hamaca- o una mochila, cuando uno elabora una gasa o un accesorio, como los cordones, hay unas técnicas”. Así fue descubriendo el valor de los detalles y adquirió la destreza para realizar sus propias obras, plasmando en cada una de ellas esa rica simbología que sustenta su historia.
Los diseños nacen de la observación de la flora y la fauna, en un territorio de arena y sol que se renueva cada día. “Nuestras abuelas, nuestras mamás, nunca tuvieron un libro que les dijera esto es esto. Era su creatividad y la desarrollaron con lo que su ambiente, su entorno, les ofrecía. Los diseños, las combinaciones de colores que hoy en día están plasmados en algunos libros surgieron en ellas de una forma natural”.
Y se refiere a publicaciones como el Kanazo´u. Dibujos ancestrales Wayúu, que recoge la experiencia de diez maestras que, con la compañía de investigadores como Marta Ramírez Zapata, diseñadora textil y quien guio la edición, y con el apoyo de algunas empresas, lograron exponer sus conocimientos heredados de sus ancestros, que se sumaron a sus nuevas experiencias en el tejido. Porque más allá de unir un hilo con otro, en cada trabajo se representa parte de la historia de una comunidad que ha conservado sus tradiciones gracias a su sabiduría y sensibilidad.
A ese arte antiguo lo llaman Kanaas. Los dibujos se conocen como kanasü. Algunos remiten a animales, otros a lo observado en el firmamento o a las plantas. Allí están el Molokonoutayaa (caparazón del morrocoy), el Jañuleky (cabeza de mosca), el Jime´uyaa (ojo de pescado), el Pilikeeruyaa (vulva de la burra), el Siwottoyaa (huellas del caballo en la arena), el Iiwo´uyaa (estrellas que anuncian la lluvia). Cada forma geométrica tiene una voz, un sentido que trasciende el hacer. “En los azules está el mar, en los verdes, la vegetación; en la mezcla de varios tonos está la alegría del pueblo Wayúu”.
Ella dice que “como mujer Wayúu, perteneciente a una familia que nace de la tejeduría, esto es lo más hermoso que le puede suceder a uno, es poder recibir y a la vez transmitir los conocimientos ancestrales. He construido semilleros en las nuevas generaciones para que se proteja y se mantenga viva nuestra herencia. Como mujer tejedora estoy orgullosa de haber recibido todos estos conocimientos, de haberme formado para poder mantener a la edad que tengo viva mi tradición y así llevar muy lejos y con mucho orgullo la memoria de un pueblo”.
Aún con el paso de los años y los cambios generacionales, el tejido sigue haciendo parte de este grupo, porque se sigue enseñando de manera oral el oficio para que ese conocimiento perdure. 
“No podemos desconocer que lo nuevo ha influido y más cuando llevamos los hijos a la escuela, sin embargo, el deber de cada abuela, de cada mamá, de cada tía es socializar ese saber tan importante para una mujer. Dentro de un tejido tu construyes, tejes tu vida y la de tu familia, tejes un futuro, porque la tejeduría es la base fundamental del conocimiento de una mujer Wayúu”, dice Fanny Iguarán, esa maestra que enseña a las niñas a descubrir los misterios de esa costura, de esa urdimbre, en la que hilo tras hilo se teje un relato.
Usan hilos en mezclas de poliéster con algodón y tintas. La mayoría son materiales industriales procesados que consiguen en los municipios cercanos. Otras veces, para las tinturas, preparan los colores con la corteza de los árboles y sus semillas. La técnica del croché adoptada en la comunidad es universal, herencia de España. Es normal que se teja con una sola aguja. Además, “es un trabajo móvil. Las mochilas van a donde tú vas”. La enseñanza se hace en las casas, así como los tejidos más grandes o los más delicados. 
Fanny asumió el oficio con una responsabilidad que consolidó a medida que fue creciendo. Una especie de conciencia para realizar cada una de las tareas asignadas y, ahora más que nunca, sabe lo que significa para su clan. Por eso hace parte del libro Kanazo´u y por eso Artesanías de Colombia ha apoyado su trabajo y el de otras mujeres como ella. “Nos han capacitado, nos han ayudado con sus diseñadores a complementar lo nuestro, por ejemplo, la combinación de colores o algunos terminados. Nos han indicado cómo participar en una feria, cómo dar a conocer y vender nuestros productos. Eso es un complemento de formación”.
Las ferias para Fanny, quien tiene tres hijas y tres nietas, se han convertido en un aliciente mayor. Esta tejedora de 53 años, así lo expresa: “lo más hermoso que hay en mi vida es cuando llegan las fechas de Expoartesano y Expoartesanías, porque es el reencuentro con mis compañeros, con mis amigos, con los otros grupos indígenas, con todo el sector artesanal de los diferentes departamentos que participan. ¡Esa es mi felicidad! Es como cuando a un niño le regalan un dulce. Cuando las fechas se aproximan, mi corazón está lleno de alegría (…). Por eso me llevo a mis hijas, por eso me llevo a mis nietas, porque ellas son parte de esto”.
En estas ediciones de las ferias que serán virtuales por la Pandemia decretada por el Covid-19, el abrazo quedó aplazado y aceptarlo es difícil para ella, así como lo ha sido la comercialización de sus tejidos y los de sus compañeras. “Detrás de cada empresa, de cada taller, se espera la salida económica de las familias que tejen. Esto es un sentido de pertenencia en la tejeduría y al comercializar lo producido, lo que se recibe ayuda a tener una mejor calidad de vida”. 
En tal sentido, explica que Artesanías de Colombia implementó ventas virtuales, por eso han podido sostenerse. Además, hay otras formas de economía muy arraigadas. “Una base de la cultura es la cría de animales, como los caballos, los burros, los chivos, las ovejas. Nuestros hombres se dedican al cuidado y al pastoreo, además de la pesca, pero nosotras las mujeres Wayúu somos atrevidas, los hemos incluido para hacer parte de nuestra labor, ahora ellos son tejedores y en cualquier comunidad puedes conseguir a un hombre haciendo una mochila, haciendo una gasa… ellos también tienen sus oficios artesanales”. 
Fanny Iguarán recuerda que la araña Wale´kerü es la madre tejedora, fundadora de la tradición, la que tejió para que hoy en día todas estas piezas puedan estar en el mundo. Incluso, la araña ancestral puede estar en la trama de chinchorros y mochilas mostrando parte de su pensamiento mítico. “Me gusta inspirarme de noche porque la tranquilidad abre la mente para crear. Las noches me fascinan para tejer, ya casi no lo hago porque a mi edad ya los ojitos no me dan, pero yo era una araña a la que le gustaba la noche”.
Ella se ha dejado envolver por esa rica cosmogonía que sale a la luz en cada uno de sus tejidos. Y como esa araña que en sus mitos inició la tradición, continúa urdiendo y enseñando para conservar aquello que les da un sentido, en medio de esos tejidos únicos que identifican a los Wayúu. Esa pertenencia al territorio está siempre presente, afirma Fanny Iguarán, quien respondió esta entrevista sentada debajo de un árbol de totumo, estaba conversando con una amiga, acompañada por una nieta y por otros miembros de su clan. Así contó lo hermoso y simbólico del trabajo de tejeduría, un patrimonio común que nace de raíces profundas, muy firmes.

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