Por Sistema de Información para la Artesanía - Siart sábado 10 de marzo de 2018
Conozca la historia de María Ángela Pushaina, una artesana que con su labor y determinación, mantiene viva la esencia de la cerámica Wayúu.
Dentro de las tradiciones artesanales del pueblo Wayúu, se encuentra la cerámica amucheque representa la unión entre los elementos que componen el mundo (agua, aire, tierra y fuego). Se trata de una pieza de vital importancia en la celebración de diferentes rituales que honran la presencia de la mujer en la comunidad.
Por esta razón, compartimos la historia “El misterio de la cerámica Wayúu” publicada en la sexta edición de nuestra Revista Artífices, en la cual se destaca a María Ángela Pushaina, una mujer que aprendió de su abuela, un legado ancestral que mantiene y protege con sus manos: la cerámica amuche.
A los cinco años María Ángela Pushaina llegó al municipio de Uribia, en La Guajira. Para que tuviera estudio y aprendiera el oficio de la cerámica “amuche”, sus padres, que estaban radicados en Venezuela, decidieron dejarla donde su abuela. Según cuenta María Ángela, la despedida no fue traumática. La emocionaba vivir con sus seis tíos –cuatro mujeres y dos hombres– y ver cómo las manos de su abuela transformaban el barro en múcuras y vasijas de color rosado.
Durante tres años observó la técnica y a los ocho años la dejaron brillar algunas piezas. Al poco tiempo comenzó a empoderarse del proceso. La cerámica amuche, que significa múcura en lengua wayúu (Wayuunaiki), se logra al unir dos tipos de arcilla: el barro y el polvo triturado del casushi, una piedra blanca que se pone en el agua hasta que se vuelve maleable. Con las manos arman múcuras, cazuelas, chocolateros, vasos, materas, floreros, ollas, portavasos y servilleteros. La pieza se seca al sol durante cuatro horas, se gruñe para quitar las imperfecciones, se lija y se brilla con una piedra lisa de río.
Para obtener el vinotinto con el que se pintan los objetos, utilizan una piedra roja llamada urisha, que está compuesta por óxido de hierro. La piedra se quema en las brasas y se tritura para conseguir un polvo que, al mezclarse con el agua, aporta el color. Las piezas, que antes se quemaban en un hueco con estiércol de vaca, ahora entran a un horno de gas a 1.200 grados.
Después de 24 horas se sacan, se enfrían y finalmente se bañan con agua para que queden rosadas. Sobre los objetos se dibujan distintos kanas o diseños wayúu como “el camino de la vida”, “las marcas que deja la culebra en la arena”, “la espiral”, que indica el sendero que deben seguir los Wayúu después de muertos, y los cachos de ovejo, que representan la fuerza de la cultura.
Hace varias décadas los kanas se pintaban únicamente en las múcuras, que se utilizaban para enterrar a los difuntos y que ahora son usadas para verter el agua, almacenar la chicha o cocinar los frijoles. Pero actualmente los diseños acompañan todas las piezas que se crean en el patio de la casa de María Ángela, quien asegura querer trabajar en la cerámica amuche durante toda la vida. A los 20 años, es consciente de que pertenece a uno de los pocos linajes Wayúu que aún se dedican a este oficio. De ella depende mantener vivo el legado que su abuela ha conservado durante tantos años.
Conozca esta y más historias artesanales en la edición 6 de nuestra Revista Artífices