Por Sistema de Información para la Artesanía, Siart jueves 24 de septiembre de 2020
Conozca la historia de esta artesana quien, desde hace más de 30 años, se dedica a elaborar las mochilas tradicionales de su pueblo indígena Kankuamo, y a transmitir sus saberes a las mujeres de su comunidad.
El corregimiento de La Mina, ubicado en el piedemonte de la Sierra Nevada de Santa Marta en el Cesar, es el territorio que vio nacer y crecer a Onilda Rodríguez, una mujer kankuama que por medio de la artesanía ha logrado no solo construir su hogar, sino aportarle a su comunidad los conocimientos del tejido en fique, oficio que le fue heredado por sus ancestros y que espera seguir transmitiendo a las futuras generaciones.
Durante más de 30 años, Onilda ha tejido la mochila kankuama y por su vocación de liderazgo, ha viajado por Colombia y el mundo representando a las mujeres de su pueblo, quienes aparte de ser madres, hijas, sobrinas o abuelas, llevan en sus manos el don de crear, el don de ser artesanas.
Por eso, hablamos con Onilda Rodríguez y esta es su historia…
“Yo aprendí a tejer a la edad de seis o siete años. En nuestro resguardo, la tejeduría de la mochila kankuama es lo que vemos y aprendemos de nuestros padres, quienes nos enseñan para llevarlo de generación en generación. A mí quien me enseñó, fue mi mamá.
Recuerdo que cuando con mis hermanos veíamos que ella tejía, nos decía que ese era el oficio que teníamos que aprender porque era lo que sus papás le habían enseñado a ella para sostenerse económicamente. También nos decía que tejiendo la mochila, ella había criado a sus 16 hijos (5 hombres y 11 mujeres), así que las mujeres debíamos tejer porque era el legado que ella quería dejarnos y por esta razón, comenzamos a empoderarnos con el oficio y se lo fuimos compartiendo a las hijas y nietas quienes también ya saben tejer.
Los tiempos han cambiado y antes el fique era más difícil de conseguir, era como restringido y por eso mi mamá no permitía que le gastáramos las cabuyas, así que uno se las ingeniaba y buscaba en las plantas de guineo o de plátano, tiras largas de fibra para hilarlas en el pie y practicar el tejido. Ya cuando uno aprendía bien, mi mamá dejaba que uno trabajara con el fique.
A las primeras mochilas que nosotros hacíamos, les decíamos “arroceras”, y ¿por qué les decíamos así?, porque luego de hacer una o dos mochilas se iba a la tienda a cambiarla por arroz. Además, en esa época existía el trueque, por lo que llegaban los comerciantes y traían cosas como hamacas, sábanas, chancletas, un vestido para uno, ollas, molinos, etc., entonces uno les daba las mochilas corrientes y las cambiaba por comida, cosas de aseo y todo lo que fuera necesario en el hogar.
Otro de los recuerdos que tengo de mis primeros trabajos, fue cuando le hacía a un artesano de Valledupar, unas mochilas chiquiticas de recordatorio para que él las vendiera en conjunto con unos monumentos que elaboraba. Con él duré trabajando mucho tiempo, pero cuando a la edad de 20 años perfeccioné el oficio y aprendí a tejer la mochila usando tintes naturales, me dediqué a elaborar la mochila mejorada, que comenzó a ser más valorada debido a que su precio era mayor en comparación con la que hacíamos con anilinas (arrocera).
En cuanto a los procesos de elaboración de la mochila, a mi todos me gustan: hilar, tinturar, tejer, y en especial “empatar”, porque en este paso las cabuyas deben quedar bonitas y parejas para que la mochila quede bien terminada; si hablamos del tiempo, una “arrocera” se puede hacer en un día completo, pero en la “mejorada” uno tarda entre cuatro y ocho días tejiendo.
En mi caso, tejer mochilas a diario va de la mano con la preparación de la comida. Uno pone el desayuno y se va a hilar, y más tarde se pone a hacer el almuerzo y mientras está listo, se teje... y así hasta que llegue la noche. Estar en la casa, es tener un doble trabajo porque toca tejer y estar pendiente del hogar.
Pero se disfruta y mucho… cuando tejo, vienen otras compañeras; la casa mía vive llena porque las artesanas vienen a compartir acá. Tenemos largas charlas y mientras trabajamos nos escuchamos las ideas de una y de la otra y nos aconsejamos en el oficio para que lo que hagamos, nos quede muy bien.
Como indígenas, para nosotros la mochila es fundamental. El poporo es al hombre lo que la mochila es a la mujer, porque esta representa el útero femenino. Además y por tradición, la mujer le teje las mochilas a su compañero, es su derecho. Estas mochilas (una más grande que la otra) generalmente son blancas y en ellas, él carga su poporo y el “hayo” (hoja de coca).
Mi gusto por enseñar a tejer nace porque los que conocemos el oficio, no queremos que este sea olvidado y deseamos que todas las artesanas hagan un buen producto. Cada mujer del territorio debe aprender porque así puede salir a exponer sus mochilas y demostrar lo que hace.
Recuerdo que cuando comenzamos a recibir capacitaciones por instituciones como Artesanías de Colombia, para mejorar el tejido y sacar nuevos productos al mercado, descubrí que a mí me gustaban estos espacios, por lo que me convertí en impulsadora organizando grupos para enseñar.
Durante los 11 años que tuve que vivir en Valledupar a causa del desplazamiento, organicé a un grupo de mujeres que también habían sido desplazadas de La Mina para enseñarles mis saberes… Ahora que vivo de nuevo en mi territorio también organizo grupos; de hecho, hoy me reúno con varias mujeres y con ellas trabajamos y les enseño por ejemplo, la tinturada, el hilado, a hacer la gaza, el chipire. ¡Me nace enseñarle a los demás!
A mis hijos, siete mujeres y un hombre, también les enseñé el oficio y hoy en día todos tejen, hasta el barón lo practica elaborando bolsos cuadrados. ¡La tejeduría es una tradición ancestral que en mi familia continuará!
Hace más de 20 años creé el taller “Onix Artesanías”, pero por un buen tiempo representé a la Asociación Asocarca en diferentes eventos comerciales. Mi taller hoy en día está conformado por 40 mujeres y algunos hombres quienes también tejen la mochila, y gracias a este trabajo he ido a Bogotá, Pereira, Medellín, Cartagena, Montería, Santa Marta, Barranquilla y a países como Chile y España.
También he participado en Expoartesano y Expoartesanías y lo importante de ir a una feria es que se amplían los contactos; los clientes tienen la oportunidad de ver el producto, así que si no lo compran en el momento; durante el año, lo llaman a uno para hacer su pedido.
Viajar con mis mochilas ha sido de gran enseñanza, porque uno a veces cree que el producto que se elabora no es valorado, pero la verdad es que a la gente sí le gusta lo que tejemos. Esto ha sido una oportunidad para dar a conocer mi trabajo y el de mi grupo, y para compartir y conocer a los artesanos de otras etnias y comunidades.
Para los artesanos, el oficio es algo que nos motiva y nos llena de orgullo porque hacemos nuestros productos con las manos, con amor y la gente lo valora; por eso, hoy le pido a los compañeros artesanos que sigamos ejerciendo nuestros oficios y que tengamos la fe en Dios porque esta situación (COVID-19) va a pasar. Por ahora lo mejor es trabajar en casa e impulsar las ventas virtuales… no nos aflijamos, continuemos adelante”.
Si quiere ponerse en contacto con la artesana Onilda Rodríguez y apoyarla comprando sus productos, puede comunicarse con ella vía celular al: (57) 316 736 7017 o través del correo electrónico: onixartesanias@hotmail.com.
Especial realizado por el Sistema de Información para la Artesanía - Siart, de Artesanías de Colombia.
Fuente:
Entrevista con la artesana Onilda Rodríguez. Julio de 2020.