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El arte del Sombrero de Suaza

Por Sistema de Información para la Artesanía Siart lunes 28 de diciembre de 2015

María Helena Muñoz cuenta su historia artesanal en torno al sombrero de Suaza, elaborado tradicionalmente en ese municipio del departamento del Huila.

Sombrero de Suaza
Sombrero de Suaza - Imagen: Artesanías de Colombia

María Helena Muñoz se paraba al lado de su madre a verla tejer. A los seis años observaba cómo los dedos se movían con rapidez para cruzar las hebras del sombrero, y esperaba con paciencia a que llegara el momento de poder sentir la fibra y lanzarse a tejer. Insistiendo y equivocándose, aprendió un oficio que ha acompañado a todas las mujeres de su familia.

Es la tercera de siete hermanos y la que más gusto desarrolló por el tejido. Desde muy pequeña empezó a ayudarles a su mamá y a su abuela a hilar el producto. Para poder sobrevivir, tenían una meta clara: hacer entre las tres un sombrero de Suaza en ocho días. Venderlo les garantizaba el sustento familiar.

Su primer sombrero se lo vendió a una señora por 100 pesos. Con ese dinero compró unas sandalias plásticas para ir a la escuela que usó hasta tercero de primaria, cuando tuvo que retirarse para darle a su hermano menor la oportunidad de estudiar. Pero María Helena no se conformó. Durante un año estudió todos los sábados para hacer cuarto de primaria y, ya mayor, decidió validar el bachillerato. Sin embargo, es la pasión por el oficio la que a los 55 años la llena de orgullo.

En su trabajo es estricta y meticulosa. Para garantizar la calidad de los sombreros que fabrica, se encarga de realizar todo el proceso. Su hijo de 35 años le corta los cogollos de la palma de iraca y ella se dedica durante tres días a ripear la fibra, hervir la materia prima, lavarla y ponerla a escurrir. Después despega con delicadeza hebra por hebra y selecciona el material. Las hebras amarillas y gruesas para los sombreros promedio, y las hebras blancas y delgadas para los de mayor calidad.

Luego comienza a tejer. En ese momento recuerda a su madre y encomienda su trabajo a Dios. Pide rapidez, paciencia y un sombrero bien hecho. Para lograrlo necesita tener procesada la fibra de 50 cogollos y consagrarse al tejido durante un mes. El proceso final consiste en darle manualmente la horma al sombrero. Hay varios estilos, pero los más comunes son la copa plana, la copa plancha, el Constanza y el tres canales.

Hace cuatro años ganó el primer lugar en un concurso de tejeduría en Neiva y su fama creció. Desde ese momento se ha encargado de transmitirles su conocimiento a las mujeres de la comunidad en talleres que dicta para mantener viva la semilla del oficio.

En la vereda Guayabal, en el municipio de Suaza, Huila, vive con Pacho, un gato chocolate de ojos azules que la acompaña en silencio mientras teje. De lunes a viernes se concentra en el sombrero y los fines de semana los dedica a experimentar. Con las hebras de la palma de iraca que ha procesado hace aretes, bolsos, camándulas, cuadros y flores. Su trabajo es reflejo de una tradición familiar que se ha encargado de custodiar. Es parte de su historia.

Descargue Artífices 25 Historias.

fff Helena Muñoz se paraba al lado de su madre a verla tejer. A los seis años observaba cómo los dedos se movían con rapidez para cruzar las hebras del sombrero, y esperaba con paciencia a que llegara el momento de poder sentir la fibra y lanzarse a tejer. Insistiendo y equivocándose, aprendió un oficio que ha acompañado a todas las mujeres de su familia. 
Es la tercera de siete hermanos y la que más gusto desarrolló por el tejido. Desde muy pequeña empezó a ayudarles a su mamá y a su abuela a hilar el producto. Para poder sobrevivir, tenían una meta clara: hacer entre las tres un sombrero suazo en ocho días. Venderlo les garantizaba el sustento familiar. 
Su primer sombrero se lo vendió a una señora por 100 pesos. Con ese dinero compró unas sandalias plásticas para ir a la escuela que usó hasta tercero de primaria, cuando tuvo que retirarse para darle a su hermano menor la oportunidad de estudiar. Pero María Helena no se conformó. Durante un año estudió todos los sábados para hacer cuarto de primaria y, ya mayor, decidió validar el bachillerato. Sin embargo, es la pasión por el oficio la que a los 55 años la llena de orgullo.
En su trabajo es estricta y meticulosa.  Para garantizar la calidad de los sombreros que fabrica, se encarga de realizar todo el proceso. Su hijo de 35 años le corta los cogollos de la palma de iraca y ella se dedica durante tres días a ripear la fibra, hervir la materia prima, lavarla y ponerla a escurrir. Después despega con delicadeza hebra por hebra y selecciona el material. Las hebras amarillas y gruesas para los sombreros promedio, y las hebras blancas y delgadas para los de mayor calidad. 
Luego comienza a tejer. En ese momento recuerda a su madre y encomienda su trabajo a Dios. Pide rapidez, paciencia y un sombrero bien hecho. Para lograrlo necesita tener procesada la fibra de 50 cogollos y consagrarse al tejido durante un mes. El proceso final consiste en darle manualmente la horma al sombrero. Hay varios estilos, pero los más comunes son la copa plana, la copa plancha, el Constanza y el tres canales.
Hace cuatro años ganó el primer lugar en un concurso de tejeduría en Neiva y su fama creció. Desde ese momento se ha encargado de transmitirles su conocimiento a las mujeres de la comunidad en talleres que dicta para mantener viva la semilla del oficio.
En la vereda Guayabal, en el municipio de Suaza, Huila, vive con Pacho, un gato chocolate de ojos azules que la acompaña en silencio mientras teje. De lunes a viernes se concentra en el sombrero y los fines de semana los dedica a experimentar. Con las hebras de la palma de iraca que ha procesado hace aretes, bolsos, camándulas, cuadros y flores. Su trabajo es reflejo de una tradición familiar que se ha encargado de custodiar. Es parte de su historia.María Helena Muñoz se paraba al lado de su madre a verla tejer. A los seis años observaba cómo los dedos se movían con rapidez para cruzar las hebras del sombrero, y esperaba con paciencia a que llegara el momento de poder sentir la fibra y lanzarse a tejer. Insistiendo y equivocándose, aprendió un oficio que ha acompañado a todas las mujeres de su familia. 
Es la tercera de siete hermanos y la que más gusto desarrolló por el tejido. Desde muy pequeña empezó a ayudarles a su mamá y a su abuela a hilar el producto. Para poder sobrevivir, tenían una meta clara: hacer entre las tres un sombrero suazo en ocho días. Venderlo les garantizaba el sustento familiar. 
Su primer sombrero se lo vendió a una señora por 100 pesos. Con ese dinero compró unas sandalias plásticas para ir a la escuela que usó hasta tercero de primaria, cuando tuvo que retirarse para darle a su hermano menor la oportunidad de estudiar. Pero María Helena no se conformó. Durante un año estudió todos los sábados para hacer cuarto de primaria y, ya mayor, decidió validar el bachillerato. Sin embargo, es la pasión por el oficio la que a los 55 años la llena de orgullo.
En su trabajo es estricta y meticulosa.  Para garantizar la calidad de los sombreros que fabrica, se encarga de realizar todo el proceso. Su hijo de 35 años le corta los cogollos de la palma de iraca y ella se dedica durante tres días a ripear la fibra, hervir la materia prima, lavarla y ponerla a escurrir. Después despega con delicadeza hebra por hebra y selecciona el material. Las hebras amarillas y gruesas para los sombreros promedio, y las hebras blancas y delgadas para los de mayor calidad. 
Luego comienza a tejer. En ese momento recuerda a su madre y encomienda su trabajo a Dios. Pide rapidez, paciencia y un sombrero bien hecho. Para lograrlo necesita tener procesada la fibra de 50 cogollos y consagrarse al tejido durante un mes. El proceso final consiste en darle manualmente la horma al sombrero. Hay varios estilos, pero los más comunes son la copa plana, la copa plancha, el Constanza y el tres canales.
Hace cuatro años ganó el primer lugar en un concurso de tejeduría en Neiva y su fama creció. Desde ese momento se ha encargado de transmitirles su conocimiento a las mujeres de la comunidad en talleres que dicta para mantener viva la semilla del oficio.
En la vereda Guayabal, en el municipio de Suaza, Huila, vive con Pacho, un gato chocolate de ojos azules que la acompaña en silencio mientras teje. De lunes a viernes se concentra en el sombrero y los fines de semana los dedica a experimentar. Con las hebras de la palma de iraca que ha procesado hace aretes, bolsos, camándulas, cuadros y flores. Su trabajo es reflejo de una tradición familiar que se ha encargado de custodiar. Es parte de su historia.María Helena Muñoz se paraba al lado de su madre a verla tejer. A los seis años observaba cómo los dedos se movían con rapidez para cruzar las hebras del sombrero, y esperaba con paciencia a que llegara el momento de poder sentir la fibra y lanzarse a tejer. Insistiendo y equivocándose, aprendió un oficio que ha acompañado a todas las mujeres de su familia. 
Es la tercera de siete hermanos y la que más gusto desarrolló por el tejido. Desde muy pequeña empezó a ayudarles a su mamá y a su abuela a hilar el producto. Para poder sobrevivir, tenían una meta clara: hacer entre las tres un sombrero suazo en ocho días. Venderlo les garantizaba el sustento familiar. 
Su primer sombrero se lo vendió a una señora por 100 pesos. Con ese dinero compró unas sandalias plásticas para ir a la escuela que usó hasta tercero de primaria, cuando tuvo que retirarse para darle a su hermano menor la oportunidad de estudiar. Pero María Helena no se conformó. Durante un año estudió todos los sábados para hacer cuarto de primaria y, ya mayor, decidió validar el bachillerato. Sin embargo, es la pasión por el oficio la que a los 55 años la llena de orgullo.
En su trabajo es estricta y meticulosa.  Para garantizar la calidad de los sombreros que fabrica, se encarga de realizar todo el proceso. Su hijo de 35 años le corta los cogollos de la palma de iraca y ella se dedica durante tres días a ripear la fibra, hervir la materia prima, lavarla y ponerla a escurrir. Después despega con delicadeza hebra por hebra y selecciona el material. Las hebras amarillas y gruesas para los sombreros promedio, y las hebras blancas y delgadas para los de mayor calidad. 
Luego comienza a tejer. En ese momento recuerda a su madre y encomienda su trabajo a Dios. Pide rapidez, paciencia y un sombrero bien hecho. Para lograrlo necesita tener procesada la fibra de 50 cogollos y consagrarse al tejido durante un mes. El proceso final consiste en darle manualmente la horma al sombrero. Hay varios estilos, pero los más comunes son la copa plana, la copa plancha, el Constanza y el tres canales.
Hace cuatro años ganó el primer lugar en un concurso de tejeduría en Neiva y su fama creció. Desde ese momento se ha encargado de transmitirles su conocimiento a las mujeres de la comunidad en talleres que dicta para mantener viva la semilla del oficio.
En la vereda Guayabal, en el municipio de Suaza, Huila, vive con Pacho, un gato chocolate de ojos azules que la acompaña en silencio mientras teje. De lunes a viernes se concentra en el sombrero y los fines de semana los dedica a experimentar. Con las hebras de la palma de iraca que ha procesado hace aretes, bolsos, camándulas, cuadros y flores. Su trabajo es reflejo de una tradición familiar que se ha encargado de custodiar. Es parte de su historia.Es la tercera de siete hermanos y la que más gusto desarrolló por el tejido. Desde muy pequeña empezó a ayudarles a su mamá y a su abuela a hilar el producto. Para poder sobrevivir, tenían una meta clara: hacer entre las tres un sombrero suazo en ocho días. Venderlo les garantizaba el sustento familiar. 
Su primer sombrero se lo vendió a una señora por 100 pesos. Con ese dinero compró unas sandalias plásticas para ir a la escuela que usó hasta tercero de primaria, cuando tuvo que retirarse para darle a su hermano menor la oportunidad de estudiar. Pero María Helena no se conformó. Durante un año estudió todos los sábados para hacer cuarto de primaria y, ya mayor, decidió validar el bachillerato. Sin embargo, es la pasión por el oficio la que a los 55 años la llena de orgullo.
En su trabajo es estricta y meticulosa.  Para garantizar la calidad de los sombreros que fabrica, se encarga de realizar todo el proceso. Su hijo de 35 años le corta los cogollos de la palma de iraca y ella se dedica durante tres días a ripear la fibra, hervir la materia prima, lavarla y ponerla a escurrir. Después despega con delicadeza hebra por hebra y selecciona el material. Las hebras amarillas y gruesas para los sombreros promedio, y las hebras blancas y delgadas para los de mayor calidad. 
Luego comienza a tejer. En ese momento recuerda a su madre y encomienda su trabajo a Dios. Pide rapidez, paciencia y un sombrero bien hecho. Para lograrlo necesita tener procesada la fibra de 50 cogollos y consagrarse al tejido durante un mes. El proceso final consiste en darle manualmente la horma al sombrero. Hay varios estilos, pero los más comunes son la copa plana, la copa plancha, el Constanza y el tres canales.
Hace cuatro años ganó el primer lugar en un concurso de tejeduría en Neiva y su fama creció. Desde ese momento se ha encargado de transmitirles su conocimiento a las mujeres de la comunidad en talleres que dicta para mantener viva la semilla del oficio.
En la vereda Guayabal, en el municipio de Suaza, Huila, vive con Pacho, un gato chocolate de ojos azules que la acompaña en silencio mientras teje. De lunes a viernes se concentra en el sombrero y los fines de semana los dedica a experimentar. Con las hebras de la palma de iraca que ha procesado hace aretes, bolsos, camándulas, cuadros y flores. Su trabajo es reflejo de una tradición familiar que se ha encargado de custodiar. Es parte de su historia.María Helena Muñoz se paraba al lado de su madre a verla tejer. A los seis años observaba cómo los dedos se movían con rapidez para cruzar las hebras del sombrero, y esperaba con paciencia a que llegara el momento de poder sentir la fibra y lanzarse a tejer. Insistiendo y equivocándose, aprendió un oficio que ha acompañado a todas las mujeres de su familia. 
Es la tercera de siete hermanos y la que más gusto desarrolló por el tejido. Desde muy pequeña empezó a ayudarles a su mamá y a su abuela a hilar el producto. Para poder sobrevivir, tenían una meta clara: hacer entre las tres un sombrero suazo en ocho días. Venderlo les garantizaba el sustento familiar. 
Su primer sombrero se lo vendió a una señora por 100 pesos. Con ese dinero compró unas sandalias plásticas para ir a la escuela que usó hasta tercero de primaria, cuando tuvo que retirarse para darle a su hermano menor la oportunidad de estudiar. Pero María Helena no se conformó. Durante un año estudió todos los sábados para hacer cuarto de primaria y, ya mayor, decidió validar el bachillerato. Sin embargo, es la pasión por el oficio la que a los 55 años la llena de orgullo.
En su trabajo es estricta y meticulosa.  Para garantizar la calidad de los sombreros que fabrica, se encarga de realizar todo el proceso. Su hijo de 35 años le corta los cogollos de la palma de iraca y ella se dedica durante tres días a ripear la fibra, hervir la materia prima, lavarla y ponerla a escurrir. Después despega con delicadeza hebra por hebra y selecciona el material. Las hebras amarillas y gruesas para los sombreros promedio, y las hebras blancas y delgadas para los de mayor calidad. 
Luego comienza a tejer. En ese momento recuerda a su madre y encomienda su trabajo a Dios. Pide rapidez, paciencia y un sombrero bien hecho. Para lograrlo necesita tener procesada la fibra de 50 cogollos y consagrarse al tejido durante un mes. El proceso final consiste en darle manualmente la horma al sombrero. Hay varios estilos, pero los más comunes son la copa plana, la copa plancha, el Constanza y el tres canales.
Hace cuatro años ganó el primer lugar en un concurso de tejeduría en Neiva y su fama creció. Desde ese momento se ha encargado de transmitirles su conocimiento a las mujeres de la comunidad en talleres que dicta para mantener viva la semilla del oficio.
En la vereda Guayabal, en el municipio de Suaza, Huila, vive con Pacho, un gato chocolate de ojos azules que la acompaña en silencio mientras teje. De lunes a viernes se concentra en el sombrero y los fines de semana los dedica a experimentar. Con las hebras de la palma de iraca que ha procesado hace aretes, bolsos, camándulas, cuadros y flores. Su trabajo es reflejo de una tradición familiar que se ha encargado de custodiar. Es parte de su historia.María Helena Muñoz se paraba al lado de su madre a verla tejer. A los seis años observaba cómo los dedos se movían con rapidez para cruzar las hebras del sombrero, y esperaba con paciencia a que llegara el momento de poder sentir la fibra y lanzarse a tejer. Insistiendo y equivocándose, aprendió un oficio que ha acompañado a todas las mujeres de su familia. 
Es la tercera de siete hermanos y la que más gusto desarrolló por el tejido. Desde muy pequeña empezó a ayudarles a su mamá y a su abuela a hilar el producto. Para poder sobrevivir, tenían una meta clara: hacer entre las tres un sombrero suazo en ocho días. Venderlo les garantizaba el sustento familiar. 
Su primer sombrero se lo vendió a una señora por 100 pesos. Con ese dinero compró unas sandalias plásticas para ir a la escuela que usó hasta tercero de primaria, cuando tuvo que retirarse para darle a su hermano menor la oportunidad de estudiar. Pero María Helena no se conformó. Durante un año estudió todos los sábados para hacer cuarto de primaria y, ya mayor, decidió validar el bachillerato. Sin embargo, es la pasión por el oficio la que a los 55 años la llena de orgullo.
En su trabajo es estricta y meticulosa.  Para garantizar la calidad de los sombreros que fabrica, se encarga de realizar todo el proceso. Su hijo de 35 años le corta los cogollos de la palma de iraca y ella se dedica durante tres días a ripear la fibra, hervir la materia prima, lavarla y ponerla a escurrir. Después despega con delicadeza hebra por hebra y selecciona el material. Las hebras amarillas y gruesas para los sombreros promedio, y las hebras blancas y delgadas para los de mayor calidad. 
Luego comienza a tejer. En ese momento recuerda a su madre y encomienda su trabajo a Dios. Pide rapidez, paciencia y un sombrero bien hecho. Para lograrlo necesita tener procesada la fibra de 50 cogollos y consagrarse al tejido durante un mes. El proceso final consiste en darle manualmente la horma al sombrero. Hay varios estilos, pero los más comunes son la copa plana, la copa plancha, el Constanza y el tres canales.
Hace cuatro años ganó el primer lugar en un concurso de tejeduría en Neiva y su fama creció. Desde ese momento se ha encargado de transmitirles su conocimiento a las mujeres de la comunidad en talleres que dicta para mantener viva la semilla del oficio.
En la vereda Guayabal, en el municipio de Suaza, Huila, vive con Pacho, un gato chocolate de ojos azules que la acompaña en silencio mientras teje. De lunes a viernes se concentra en el sombrero y los fines de semana los dedica a experimentar. Con las hebras de la palma de iraca que ha procesado hace aretes, bolsos, camándulas, cuadros y flores. Su trabajo es reflejo de una tradición familiar que se ha encargado de custodiar. Es parte de su historia.María Helena Muñoz se paraba al lado de su madre a verla tejer. A los seis años observaba cómo los dedos se movían con rapidez para cruzar las hebras del sombrero, y esperaba con paciencia a que llegara el momento de poder sentir la fibra y lanzarse a tejer. Insistiendo y equivocándose, aprendió un oficio que ha acompañado a todas las mujeres de su familia. 
Es la tercera de siete hermanos y la que más gusto desarrolló por el tejido. Desde muy pequeña empezó a ayudarles a su mamá y a su abuela a hilar el producto. Para poder sobrevivir, tenían una meta clara: hacer entre las tres un sombrero suazo en ocho días. Venderlo les garantizaba el sustento familiar. 
Su primer sombrero se lo vendió a una señora por 100 pesos. Con ese dinero compró unas sandalias plásticas para ir a la escuela que usó hasta tercero de primaria, cuando tuvo que retirarse para darle a su hermano menor la oportunidad de estudiar. Pero María Helena no se conformó. Durante un año estudió todos los sábados para hacer cuarto de primaria y, ya mayor, decidió validar el bachillerato. Sin embargo, es la pasión por el oficio la que a los 55 años la llena de orgullo.
En su trabajo es estricta y meticulosa.  Para garantizar la calidad de los sombreros que fabrica, se encarga de realizar todo el proceso. Su hijo de 35 años le corta los cogollos de la palma de iraca y ella se dedica durante tres días a ripear la fibra, hervir la materia prima, lavarla y ponerla a escurrir. Después despega con delicadeza hebra por hebra y selecciona el material. Las hebras amarillas y gruesas para los sombreros promedio, y las hebras blancas y delgadas para los de mayor calidad. 
Luego comienza a tejer. En ese momento recuerda a su madre y encomienda su trabajo a Dios. Pide rapidez, paciencia y un sombrero bien hecho. Para lograrlo necesita tener procesada la fibra de 50 cogollos y consagrarse al tejido durante un mes. El proceso final consiste en darle manualmente la horma al sombrero. Hay varios estilos, pero los más comunes son la copa plana, la copa plancha, el Constanza y el tres canales.
Hace cuatro años ganó el primer lugar en un concurso de tejeduría en Neiva y su fama creció. Desde ese momento se ha encargado de transmitirles su conocimiento a las mujeres de la comunidad en talleres que dicta para mantener viva la semilla del oficio.
En la vereda Guayabal, en el municipio de Suaza, Huila, vive con Pacho, un gato chocolate de ojos azules que la acompaña en silencio mientras teje. De lunes a viernes se concentra en el sombrero y los fines de semana los dedica a experimentar. Con las hebras de la palma de iraca que ha procesado hace aretes, bolsos, camándulas, cuadros y flores. Su trabajo es reflejo de una tradición familiar que se ha encargado de custodiar. Es parte de su historia.María Helena Muñoz se paraba al lado de su madre a verla tejer. A los seis años observaba cómo los dedos se movían con rapidez para cruzar las hebras del sombrero, y esperaba con paciencia a que llegara el momento de poder sentir la fibra y lanzarse a tejer. Insistiendo y equivocándose, aprendió un oficio que ha acompañado a todas las mujeres de su familia. 
Es la tercera de siete hermanos y la que más gusto desarrolló por el tejido. Desde muy pequeña empezó a ayudarles a su mamá y a su abuela a hilar el producto. Para poder sobrevivir, tenían una meta clara: hacer entre las tres un sombrero suazo en ocho días. Venderlo les garantizaba el sustento familiar. 
Su primer sombrero se lo vendió a una señora por 100 pesos. Con ese dinero compró unas sandalias plásticas para ir a la escuela que usó hasta tercero de primaria, cuando tuvo que retirarse para darle a su hermano menor la oportunidad de estudiar. Pero María Helena no se conformó. Durante un año estudió todos los sábados para hacer cuarto de primaria y, ya mayor, decidió validar el bachillerato. Sin embargo, es la pasión por el oficio la que a los 55 años la llena de orgullo.
En su trabajo es estricta y meticulosa.  Para garantizar la calidad de los sombreros que fabrica, se encarga de realizar todo el proceso. Su hijo de 35 años le corta los cogollos de la palma de iraca y ella se dedica durante tres días a ripear la fibra, hervir la materia prima, lavarla y ponerla a escurrir. Después despega con delicadeza hebra por hebra y selecciona el material. Las hebras amarillas y gruesas para los sombreros promedio, y las hebras blancas y delgadas para los de mayor calidad. 
Luego comienza a tejer. En ese momento recuerda a su madre y encomienda su trabajo a Dios. Pide rapidez, paciencia y un sombrero bien hecho. Para lograrlo necesita tener procesada la fibra de 50 cogollos y consagrarse al tejido durante un mes. El proceso final consiste en darle manualmente la horma al sombrero. Hay varios estilos, pero los más comunes son la copa plana, la copa plancha, el Constanza y el tres canales.
Hace cuatro años ganó el primer lugar en un concurso de tejeduría en Neiva y su fama creció. Desde ese momento se ha encargado de transmitirles su conocimiento a las mujeres de la comunidad en talleres que dicta para mantener viva la semilla del oficio.
En la vereda Guayabal, en el municipio de Suaza, Huila, vive con Pacho, un gato chocolate de ojos azules que la acompaña en silencio mientras teje. De lunes a viernes se concentra en el sombrero y los fines de semana los dedica a experimentar. Con las hebras de la palma de iraca que ha procesado hace aretes, bolsos, camándulas, cuadros y flores. Su trabajo es reflejo de una tradición familiar que se ha encargado de custodiar. Es parte de su historia.María Helena Muñoz se paraba al lado de su madre a verla tejer. A los seis años observaba cómo los dedos se movían con rapidez para cruzar las hebras del sombrero, y esperaba con paciencia a que llegara el momento de poder sentir la fibra y lanzarse a tejer. Insistiendo y equivocándose, aprendió un oficio que ha acompañado a todas las mujeres de su familia. 
Es la tercera de siete hermanos y la que más gusto desarrolló por el tejido. Desde muy pequeña empezó a ayudarles a su mamá y a su abuela a hilar el producto. Para poder sobrevivir, tenían una meta clara: hacer entre las tres un sombrero suazo en ocho días. Venderlo les garantizaba el sustento familiar. 
Su primer sombrero se lo vendió a una señora por 100 pesos. Con ese dinero compró unas sandalias plásticas para ir a la escuela que usó hasta tercero de primaria, cuando tuvo que retirarse para darle a su hermano menor la oportunidad de estudiar. Pero María Helena no se conformó. Durante un año estudió todos los sábados para hacer cuarto de primaria y, ya mayor, decidió validar el bachillerato. Sin embargo, es la pasión por el oficio la que a los 55 años la llena de orgullo.
En su trabajo es estricta y meticulosa.  Para garantizar la calidad de los sombreros que fabrica, se encarga de realizar todo el proceso. Su hijo de 35 años le corta los cogollos de la palma de iraca y ella se dedica durante tres días a ripear la fibra, hervir la materia prima, lavarla y ponerla a escurrir. Después despega con delicadeza hebra por hebra y selecciona el material. Las hebras amarillas y gruesas para los sombreros promedio, y las hebras blancas y delgadas para los de mayor calidad. 
Luego comienza a tejer. En ese momento recuerda a su madre y encomienda su trabajo a Dios. Pide rapidez, paciencia y un sombrero bien hecho. Para lograrlo necesita tener procesada la fibra de 50 cogollos y consagrarse al tejido durante un mes. El proceso final consiste en darle manualmente la horma al sombrero. Hay varios estilos, pero los más comunes son la copa plana, la copa plancha, el Constanza y el tres canales.
Hace cuatro años ganó el primer lugar en un concurso de tejeduría en Neiva y su fama creció. Desde ese momento se ha encargado de transmitirles su conocimiento a las mujeres de la comunidad en talleres que dicta para mantener viva la semilla del oficio.
En la vereda Guayabal, en el municipio de Suaza, Huila, vive con Pacho, un gato chocolate de ojos azules que la acompaña en silencio mientras teje. De lunes a viernes se concentra en el sombrero y los fines de semana los dedica a experimentar. Con las hebras de la palma de iraca que ha procesado hace aretes, bolsos, camándulas, cuadros y flores. Su trabajo es reflejo de una tradición familiar que se ha encargado de custodiar. Es parte de su historia.

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24 de abril de 2024 - Última actualización: 22 de abril de 2024

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